Relación mente-cuerpo en la obra de Descartes.
La obra de Descartes es el fundamento del racionalismo. Su objeto de estudio se traslada hacia el hombre y con ello da un giro hacia lo reflexivo: la meta-cognición, o el pensar sobre pensar. Para ello, el primer paso es la abstracción. El estudioso debe tomar cierta distancia con respecto al objeto de estudio y si este es el hombre mismo, el alejamiento se vuelve problemático. De hecho, gran parte de la obra de Descartes puede ser vista como un primer intento por establecer esa distancia antes de siquiera comenzar su estudio. Descartes propone un método con la promesa de un alcance total hacia cualquier asunto que se quiera estudiar. Promueve una empresa individual en la cual se ponga en duda el conocimiento heredado y se produzca uno propio y con apoyo exclusivo en la razón.
Si se considera al Discurso del método como una especie de autobiografía del proceso mental de Descartes se le puede relacionar con la intención de establecer el distanciamiento arriba mencionado. El requisito indispensable para este método es la duda y la búsqueda de un conocimiento a prueba del fuego de la razón más incisiva en donde sólo se acepte aquello que es certero e indubitable. La primera verdad que se encuentra de acuerdo con este criterio es la afirmación “pienso luego existo”. De ello se sigue que la esencia del hombre es el pensamiento; lo define y lo distingue del resto de la creación. Si resulta certero e indubitable que el hombre piensa, entonces es sólo a través de la razón que se puede conocer la verdad. Sin embargo, la razón no ha imperado en el criterio humano; Descartes explica así que no se haya avanzado aún más en el conocimiento del mundo y sobre todo del hombre mismo. La duda se extiende hasta la existencia humana, para Descartes, el hombre se constituye por dos substancias: Podía imaginar que carecía de cuerpo y que no existía nada en que mi ser estuviera, pero […] no podía concebir mi no existencia, porque mi mismo pensamiento de dudar de todo constituía la prueba más evidente de que yo existía […] de suerte que este yo –o lo que es lo mismo, el alma– por el cual soy lo que soy, es enteramente distinto del cuerpo y más fácil de conocer que él.[1] El decir que el alma es más fácil de conocer que el cuerpo no implica que no se haga gran esfuerzo intelectual para ello, por el contrario, al alma sólo se le puede conocer a través del intelecto de acuerdo con Descartes. La noción clara y distinta del cuerpo supone la noción de Dios y ello supone la noción de alma. El alma es, pues, lo primero que damos por hecho y a eso se refiere Descartes cuando dice que es más fácil conocerla. Es requisito para que una idea clara y distinta sea verdadera presuponer la existencia de Dios y su perfección. Para Descartes, la idea de Ser perfecto (asociada con Dios) esta descrita por la unidad. Aquello que sea compuesto no puede ser perfecto. El problema del ser humano viene dado, pues, por el hecho de estar constituido por una esencia material y otra espiritual. La primera tiene que ver con nuestra existencia corporal limitada y atada al tiempo y al espacio. La segunda de índole espiritual tiene que ver con la dimensión intelectual que se hace evidente a través del pensamiento y que dentro de la cosmovisión cristiana se puede asociar con la idea de Alma. Este segundo elemento que compone al hombre no depende, de acuerdo con Descartes, de ninguna relación con lo material; es decir, el alma existe a pesar del cuerpo. De alguna manera, Descartes encuentra necesaria una jerarquización entre la mente y el cuerpo otorgándole superioridad a la primera. Su criterio viene dado por la continua búsqueda de lo cierto e indubitable, en otras palabras, de la verdad. La idea de perfección alude a la capacidad de pensar: Con frecuencia he llegado a desear para mi espíritu cualidades que en otros he observado: rapidez en el pensamiento, imaginación clara y distinta, memoria firme y extensa. No conozco más cualidades que sirvan para formar un espíritu perfecto, porque la razón característica del hombre, en cuanto por ella nos diferenciamos de las bestias, está entera en cada ser racional.[2] Es claro que la parte mental de este dualismo está en relación con el pensamiento y para Descartes esto es lo único que no se puede poner en duda ya que la duda misma nos estaría contradiciendo. Sin embargo, en el momento en el que se construyen juicios y se formulan argumentos sí se puede producir el error. Tal parece que de algo perfecto como es el pensamiento puede nacer algo falso y por tanto, según criterios cartesianos, imperfecto. De igual manera sucede si se piensa que Dios en su perfección haya creado a seres imperfectos; sin embargo, en este caso, Dios tendría que haberlo dispuesto así, premeditadamente. Lo contrario sería tanto como creer que somos un error y que Dios se equivocó de tal suerte que ya no podría considerársele perfecto. De las distintas graduaciones y matices de perfección puede inferirse que el creador debe ser más perfecto que su creación. Sin embargo, sólo Dios tiene el control absoluto sobre lo que creó y por ello todo lo que constituye al hombre debe de haber sido premeditado. Descartes pone una finalidad a la existencia: acceder a la verdad y en este contexto eso equivaldría a cierta participación de la perfección. Por lo tanto, aún cuando Dios haya querido que el hombre fuese imperfecto, no cerró las puertas hacia la verdad; es decir, el hombre es perfectible. Como ya se ha dicho, no es el pensamiento lo imperfecto sino sus resultados. Lo mismo sucede con los sentidos. Así como el pensamiento no es responsable del error, tampoco lo son los sentidos. El segundo elemento que constituye al hombre es el cuerpo o lo material y la única forma de experimentar con ello es a través de los sentidos por lo tanto cuando se hable de lo corporal se deben considerar a los sentidos. Lo que puede desembocar en el error es el juicio que se emite sobre la información recibida a través de los sentidos. Estos, sin embargo, no son considerados como perfectos por Descartes, lo interesante aquí es que aún cuando nos engañan, los sentidos en sí mismos son verdaderos: esto se puede expresar mejor diciendo que son reales y que no hay duda de que suceden. Lo que los hace imperfectos es la dependencia que tienen con los juicios mentales que, como ya hemos dicho, son igualmente imperfectos: Cuando trataba de saber por qué a una sensación de dolor sigue la tristeza en el espíritu, y por qué de la sensación de placer nace la alegría, o la causa de que una emoción del estómago, que yo llamo hambre, produzca deseo de comer, y la sequedad de la garganta, de beber, no podía dar ninguna razón como no fuera la de que así nos lo enseñaba la naturaleza; porque ninguna afinidad ni relación que yo pueda comprender, existe entre esa emoción del estómago y el deseo de comer, entre la sensación de la cosa que cause el dolor y el pensamiento de tristeza a que da origen la sensación […] observaba que los juicios que sobre estos objetos tenía costumbre de hacer, se formaban en mí antes de que hubiera tenido tiempo de pensar y considerar algunas razones que podían obligarme a hacerlos.[3] A pesar de que la información que producen los sentidos puede ser vista como un fenómeno mental, siempre se tendrá un referente material del cual se dependa. Al contrario del pensamiento puro, independiente y abstracto, aquel pensamiento que proviene de los sentidos ya no es perfecto; se materializa haciéndose más humano y menos divino. Para Descartes, lo verdadero debe hacer referencia a Dios. Si bien su método puede llegar a abarcar el territorio de la religión para ponerlo en duda es poco probable que Descartes se atreviese a hacerlo sin estar seguro de que sus conclusiones ratificarían la existencia de Dios. Más bien, le resulta útil creer en Dios ya que ello le otorga un criterio para decidir y saber si va dirigido hacia la verdad o no de acuerdo a si comprueba o no la existencia de Dios. La importancia de la razón se radicaliza con Descartes. En su obra podemos ver una clara intención por depurar a la razón. En otras palabras, se intenta quitarle a la mente todo lo que no le sea propio; es decir, todo lo material dependiente de juicios dudosos. Basta con poder concebir con claridad una cosa para asumirla diferente y separada de otra. Para Descartes, la esencia del hombre es pensar y ello no depende de substancia material alguna. La capacidad de imaginar o sentir sirve para concebirse clara y distintamente sin embargo ellas aisladamente no pueden concebirse sin una substancia inteligente a la cual estén adheridas. Es evidente que hay cosas corporales que existen, sin embargo no se puede asegurar que las percibimos como realmente son. Es claro que el hombre tiene un cuerpo ya que los sentidos nos informan sobre él pero las sensaciones que recibimos “no son, en efecto, más que ciertas maneras confusas de pensar, que dependen y provienen de la unión y como mezcla del espíritu y el cuerpo”[4] por tanto no se puede hacer una separación clara y distinta lo que impide considerarlas del todo como verdaderas. De acuerdo con Descartes, la esencia del hombre es el pensar y ello no requiere del cuerpo, consecuentemente, no queda claro si la existencia material es un simple accidente o bien es el medio a través del cual el hombre sabe que existe. La relación de dependencia se da del cuerpo a la mente; es decir, el cuerpo no es independiente de la mente. Pero no se establece de manera clara la razón por la cual Descartes considera que el espíritu humano podría existir sin el cuerpo. El motivo explícito es la creencia en un Alma eterna separada del cuerpo y capaz de resistir la muerte de este. Basado en criterios exclusivos del cristianismo podría explicarse esta suposición pero no es para nada evidente. De hecho, Descartes no propone una argumentación racional a ello sino que parte de la creencia en Dios y en una existencia ultra-terrena, sin ello no se puede establecer la superioridad del alma sobre el cuerpo. El cuerpo es visto, entonces como una especie de carga que nos impide llegar a la perfección. El alma es lo más perfecto que poseemos y el pensamiento es un don divino que sólo se ve maculado por los engaños humanos: los sentidos, la tradición, etc. El pensamiento nos distingue de las bestias y nos acerca a Dios mientras que el cuerpo nos ata irremediablemente a lo terrenal y dudoso. Como ya se dijo, no es en lo material en donde se produce el error sino en los juicios que construye el hombre sobre ello. Se debe asumir que Dios no tiene intención de engañar al hombre para creer que la búsqueda de verdad no es infructuosa: porque Dios no me engaña, y, por consiguiente, no permite que pueda haber alguna falsedad en mis opiniones, careciendo yo de una facultad para corregirla. Es indudable que en todo lo que enseña la naturaleza, hay algo de verdad; porque por la naturaleza, considerada en general, no entiendo otra cosa sino Dios mismo, o mejor, el orden y la disposición que Dios ha establecido en las cosas creadas; y por mi naturaleza en particular, entiendo la complexión o conjunto de las cosas que Dios me ha dado.[5] De acuerdo con lo anterior, aun cuando los sentidos nos engañan y no forman parte de la esencia del hombre, forman parte de la creación que Dios dispuso para el hombre. El racionalismo cartesiano no otorga ningún papel a los sentidos en la búsqueda de la verdad, por el contrario, propone eliminarlo como herramienta de conocimiento dado que no es posible aseverar nada sobre ellos. A pesar de esto, Descartes les concede valor como creación divina pero sin considerarlos parte de la facultad que otorga Dios para corregir las opiniones humanas. Las Reglas para la dirección del espíritu suponen la existencia de un “camino” correcto por el cual Dios dispone que se conduzca el hombre. Descartes se asume como el portavoz o el guía y formula su método. El espíritu en principio no participa del error sino hasta que emite juicios; por lo tanto, hace falta dirigirlo en cierta manera que considere exclusivamente aquello que es cierto e indubitable a través de la intuición y la deducción. Por la intuición se traducen las buenas intenciones de Dios de hacernos posible acercarnos a la verdad ya que para Descartes el hombre es capaz de intuir aquello que es cierto e indubitable. El proceso deductivo es el complicado y es en ello en donde puede surgir el error ya que se trata de encontrar relaciones entre las materias intuidas y establecer juicios sobre ellas. Si la deducción se lleva a cabo siguiendo los requisitos del método, el error debe poder eliminarse. En las Reglas también se pone en duda toda la información que recibimos de los sentidos a través de la experiencia: La experiencia nos engaña frecuentemente […] Los errores en que suelen caer los hombres, nunca nacen de una mala inducción, sino del establecimiento como principios de ciertas experimentaciones mal comprendidas, y de juicios temerarios y sin ningún fundamento.[6] Como se ve, aquí también se privilegia a la mente sobre el cuerpo. Nuevamente se invita a la duda y se promueve un proceso intelectual individual abstraído de todo lo que automáticamente se da por hecho y se toma por verdadero. La verdad que busca Descartes tiene que llevar hacia un mayor conocimiento de Dios. A pesar de la amenaza que constituyó la inquisición en la época cartesiana, es poco probable que la obra de Descartes buscara emancipar al hombre de la imagen divina. Como mencioné antes, para Descartes es necesario contar con una garantía de que el método podrá ofrecer conclusiones. Dios es entonces el fin último de su búsqueda, es por ello que dedica muchas letras a la comprobación de su existencia. La distinción entre mente y cuerpo expresa la distinción entre los hombres y Dios. Todo aquello que nos impida producir juicios verdaderos es ocasionado por la imperfección humana y no tiene que ver con la intención divina para el hombre. Más aún, la simple mezcla entre substancias tan distintas demuestra la imperfección humana aun cuando Dios nos haya otorgado las herramientas para distinguirlas. La obra de Descartes proporciona muchos conceptos duales relacionados entre sí. Lo perfecto como Dios y lo imperfecto como el hombre; el pensamiento como medio para acceder a la verdad y los sentidos como causantes del engaño; la intuición contra la experiencia, etc. Todo esto parece llevar a la conclusión de que el hombre es extraño a la naturaleza y debe asumirse como tal para conocer más sobre sí mismo. La razón debe proporcionar criterios individuales y cada hombre debe poder convencerse por sí mismo de la existencia de Dios. BIBLIOGRAFÍA 1. DESCARTES, René: Discurso del método, Meditaciones metafísicas, Reglas para la dirección del espíritu, Principios de la Filosofía; Editorial Porrúa, México, 2003. 2. DESCARTES, René: Discours de la méthode: Hachette, París, 1937. 3. DESCARTES, René: Ouvres de Descartes: Joseph Gibert, París, 1940. [1] Discurso del Método, cuarta parte. Pág. 24. [2] Discurso del método, primera parte. Pág. 9 [3] Meditaciones metafísicas – sexta parte. Pág. 95. [4] Ídem, Pág. 98. [5] Meditaciones metafísicas – Sexta parte, Pág. 97. [6] Reglas para la dirección del espíritu – tercera parte, Pág. 112. |
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home