jueves, julio 26, 2007

la parábola del chorro (o el choro del chorro, o cómo parecer ocupada cuando sólo se está perdiendo el tiempo).

A veces parece que nada avanza y uno puede acercarse a la orilla del estanque para observar el propio reflejo. El problema es que uno no se reconoce fuera del tiempo; uno se vuelve un tipo de títere sin mano dentro, especie de pellejo agazapado en la orilla de la indefinición.
Cargas con un par extra de zapatos para evitarte el dolor de andar con tacones; tomas thé de noche aunque tengas que levantarte de la cama al baño en repetidas ocasiones y fumas de segunda mano acercandote al humo de alguien más. A veces intentas escribir algo y es como si abrieras la llave sin filtro; todo sale y te empapas, no quieres leerlo porque sabes que nada servirá. Entonces sufres un poquito, hasta que te acuerdas que el agua ya debe estar caliente y puedes meterte a bañar a temperatura pela-pollos y esconderte en el vapor. Pelarte con las arañas gigantes que a veces acechan detras de la toalla, quitarte el peinado improvisado y observar como el tinte está finalmente cediendo. Restregarte los ojos aunque digas que hace daño y subir a buscar la almohada.
Entre el estanque y el chorro a presión parece que no he logrado comunicarme.