lunes, enero 08, 2007

La tumba de José Agustín: el recurso del desahogo inmediato

La novela es el género narrativo de mayor experimentación en lo que al tiempo respecta. En Tiempo y narración, Paul Ricoeur (1913 – 2005) se sirve de esta característica para delinear su teoría sobre la experiencia del tiempo a través de dos premisas fundamentales: “el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en un modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal” (TN I, 113). Siguiendo con la argumentación de este mismo autor, la novelística ha transcurrido históricamente, desde la épica hasta la novela del siglo XX, en un proceso que la llevó a representar la acción de forma cada vez más centrada en el protagonista. Es así como al hablar de la novela de educación, la ubica en un segundo nivel de complejidad respecto a la novelística precedente ya que aquella debe hacer coincidir lo social y lo psicológico. La novela epistolar y las formas seudo-autobiográficas también son discutidas por Ricoeur como modelos de mimesis con una mayor pretensión realista ya que: “la memoria no es sospechosa de falsificación, sea que el héroe narre después o se desahogue al instante” (TN II, 391).
Estudiar las primeras novelas de José Agustín (1944 - ) bajo estos parámetros permite aseverar la teoría de Ricoeur sobre la experiencia del tiempo a través de las pretensiones realistas del recurso de simultaneidad o de “desahogo al instante” empleado por José Agustín. Del personaje principal de La tumba, escrita en 1964, puede decirse que fue delineado para reflejar a su autor. Como él mismo afirma, se habían escrito novelas sobre jóvenes pero nunca desde la juventud.
Al incluir su obra en un corpus de narrativa sobre jóvenes, José Agustín es posible deducir al menos su intención de que La tumba pudiese ser leída como novela de formación o de educación, ya que es el género en el que la mayor parte de narrativa que toma a la juventud como tema central, se inserta. De manera que la lectura de La tumba como novela de formación se despliega tanto en el nivel de la ficción como en el de la lectura, a través del artificio de simultaneidad en el texto; a la vez, dicho artificio sólo puede experimentarse mediante la percepción de un vínculo estrecho entre realidad y ficción — vida y obra— como explica José Agustín:
En México algunos de los escritores jóvenes de los años 1960 narramos nuestro entorno. Algunos contaron el crecimiento con medios tradicionales, pero otros utilizamos las hablas coloquiales y nos referimos a lo inmediato y concreto: lugares, hechos, gente, costumbres, modas o personalidades específicos […] se escribió sobre la búsqueda de identidad, el descubrimiento del amor y del cuerpo, la brecha generacional y el conflicto individualidad-sociedad o política religión […] La novela juvenil no sólo inició al país en la postmodernidad sino que procedió a definir el espíritu de los nuevos tiempos.
Recurrir a la memoria tanto en la seudo-autobiografía como en la novela de educación resulta para Ricoeur un método infalible de verosimilitud. Ya sea por la natural inclinación de cualquier lector por creer en lo que se recuerda o por la tradición de tenerle fe al relato en primera persona, el lector es proclive a tomar el artificio por cierto. La simultaneidad buscada en la composición narrativa adquiere mucha fuerza en La tumba dado que se conjugan rasgos de seudo-autobiografía –o autobiografía ficticia— con elementos de una narrativa formacional. En el primer caso, el lector puede estar inclinado a creer que la novela es una especie de crónica sobre el juvenilismo en el México de la década de 1960; de hecho, ésta ha sido una de las lecturas responsables del cuestionamiento crítico a las particularidades de la narrativa de la Onda: “así es que la so called literatura de la onda fue satanizada en grado extremo. Era una vulgarización o plebeyización de la cultura; intrascendencia, frivolidad, mero mimetismo y taquigrafía del habla oral”.
Sin embargo, desde la óptica de Ricoeur, al analizar En busca del tiempo perdido, se confirma que:
Si la experiencia del tiempo puede ser el tema de la novela, no es en razón de los préstamos que ésta toma de la experiencia de su autor real, sino en virtud del poder que tiene la ficción literaria de crear un héroe narrador que persigue cierta búsqueda de sí mismo, cuyo objetivo es precisamente la dimensión del tiempo
Es importante anotar que En busca del tiempo perdido también ha sido leída como novela de formación. Es tal vez debido a la búsqueda de sí mismo con el objeto de cierta recapitulación temporal, como explica Ricoeur, que En busca del tiempo perdido se ha perfilado como la gran novela de la memoria. Así mismo, en La tumba, la simultaneidad o el recurso del “desahogo al instante” es precisamente lo que nos permite la construcción y reconstrucción del personaje y de su experiencia temporal. En definitiva, el mimetismo por el cual la propuesta de La onda ha sido criticada no se limita a nombrar locaciones conocidas y a copiar el lenguaje popular; al hacerlo se cuestionan los límites entre la autobiografía real y ficticia al tiempo que se presenta un nuevo modelo de narrativa formacional ad hoc con los “nuevos tiempos” de los que habla Agustín.
Usualmente la memoria no está sujeta a sospecha por parte del lector, sobre todo cuando se intenta narrar en la inmediatez. El recurso de José Agustín busca evadir lo falso. Narrar la juventud desde la juventud nos parece una idea muy auténtica. Sin embargo, La tumba no evita el artificio ya que se trata de una novela y no una autobiografía.
Si bien es cierto que la novela permite corroborar ciertas coincidencias del personaje —Gabriel Guía— con el autor real y que existen en la obra referencias directas a situaciones, personas y lugares reales, ello no resulta determinante para que el recurso de simultaneidad funcione en el lector. La inmediatez pretende narrar una acción que sucede a la par del proceso de escritura, tarea que resulta un tanto más compleja que la simple transposición de elementos reales en la ficción ya que involucra al lector.
La crítica a las novelas de la onda se ha dado en varios ejes; uno de ellos tiene que ver con su vigencia . En el caso concreto de La tumba podría pensarse, dado que su marco referencial y contextual está especificado en la novela, que un lector posterior a la década en que fue escrita no sería capaz de comprenderla. Este argumento implica que la vigencia se determina a través de la temática y del lenguaje en la novela y excluye otros elementos del programa discursivo de la obra tales como su particular uso del tiempo. El lector al que se alude cuando se habla de una falta de vigencia en La tumba no es otro sino un lector estereotipado que aparenta ser el lector implícito en términos de Iser pero que dista mucho de serlo si a demás se toman en cuenta las condiciones requeridas por los espacios de indeterminación, planteados por el mismo teórico. La falta de vigencia de una obra como La tumba queda en entredicho dadas las circunstancias de indeterminación presentes en la novela.
En una composición narrativa que busca crear la ilusión de “inmediatez” se está abriendo paso a un enorme espacio de indeterminación: la temporalidad. La experiencia de un tiempo estático, que en este caso es una especie de presente eternizado, es imposible, aún en la ficción. Cotidianamente, la experiencia del tiempo es más parecida a un fluir que a una concreción: al leer, el tiempo se experimenta de igual forma. De acuerdo con la interpretación que hace Ludovic Robberechts en El pensamiento de Husserl:
no hay sucesión de instantes, sino adherencia de uno al otro, de uno en el otro, y esta continuidad es en tal grado homogénea que Husserl no admite siquiera compararla con la de una cadena hecha de una serie de eslabones. En una palabra, estamos ante un flujo.
Al respecto, Ricoeur retoma de Aristóteles la noción de concordancia discordante y establece la idea de configuración o síntesis de lo heterogéneo. La experiencia temporal supone la coexistencia de tres tiempos (lo heterogéneo) en un presente: un triple presente (la síntesis), según Ricoeur. Dado que tal configuración no puede hacerse objetiva en la experiencia temporal cotidiana, Ricoeur demuestra la virtud que tiene la narrativa, en este sentido, para dar cuenta del proceder sintético.
La tumba es un relato ya en la memoria del personaje; la narración de los últimos días de Gabriel Guía. Al igual que En busca del tiempo perdido, es un asedio al tiempo desde donde se narra, la persecución del “ahora” delineado a penas en la trama. El lector asume la tarea de alcanzar ese “ahora” a lo largo de la lectura, llenando los espacios de indeterminación temporales con suposiciones. Sin embargo, el personaje está construido de la forma que dificulta la tarea hasta hacerla casi imposible dado que continuamente nos recuerda que está inconforme con cualquier idea de continuidad. El rechazo a la continuación como consecuencia de cualquier acción tiene su máxima expresión al final de la novela, con el suicidio de Gabriel.
Paralelamente, la obra concluye con la integración –la síntesis— de lo heterogéneo temporal en un “ahora” fatídico que sólo parece existir para acabar con toda suerte de consecución. Cerca de la conclusión, el narrador bosqueja la situación desde donde se narra: “Todo estaba oscuro. Mi cabeza está oscura. Tropecé varias veces pero llegué a mi ahora odiado cuarto” .
La recuperación del tiempo de En busca del tiempo perdido es equivalente al proceso que va desde una situación extra-temporal a otra de inmersión en el tiempo: la llegada al “ahora”; al respecto Ricoeur agrega que:
el tiempo que exterioriza no es en primer lugar el tiempo recobrado, en el sentido de tiempo perdido y recobrado, sino la suspensión misma del tiempo: la eternidad o, con palabras del narrador, ‘el ser extratemporal’
La decisión de escribir para el personaje de La tumba es en cierto sentido una búsqueda de eternidad. Después de la muerte de Laura y del rechazo de Germaine, Gabriel Guía siente deseos de suicidarse, posteriormente escribe un poema titulado “No soy nada y soy eterno”. El suicidio como la escritura se presenta vinculado con el deseo de eternidad, en el sentido de estar fuera del tiempo. Es clara la influencia del existencialismo sartriano y la relación entre el personaje de La tumba y Lucien, personaje de L’enfance d’un chef, quien también quiso suicidarse:
Ce qu’il fallait c’était un acte, un acte vraiment désespéré qui dissipât les apparances et montrât en pleine lumière le nèant du monde. Une détonation, un jeune corps saignant sur un tapis, quelques mots griffonnés sur une feuille: “Je me tue parce que je n’existe pas. Et vous aussi, mes frères, vous êtes néant!”
El suicidio como la escritura, en ambos casos, pretende dejar un mensaje. Gabriel Guía también escribe su epitafio al final de la novela:
[…] Porque no tengo amor / Porque no quiero amor / Porque los ruidos están en mí / Porque soy un good ol’ estúpido / Sepan pues que moriré / Adiós adiós a todos / Y sigan mi ejemplo
Ambos casos terminan con la apelación al otro, la intención de mandar un mensaje es clara. En L’enfance d’un chef el hallazgo de un cuerpo joven resultaría suficiente para mostrar el vacío del mundo; En La tumba se demuestra que la elección del nombre del personaje –Gabriel Guía– no es arbitraria con la frase final del epitafio: “sigan mi ejemplo”.
La renuencia a continuar viviendo concluye lógicamente en el suicidio de Gabriel Guía, sin embargo, el rechazo a la continuidad se expresa como un intento de negar al tiempo a lo largo de toda la novela. Una expresión clara de lo anterior puede verse cuando Gabriel y Elsa deciden abortar por cuya consecuencia Elsa queda estéril; ambos hechos son vistos con total indiferencia por Gabriel. A pesar de la apatía, el narrador decide enfatizar más la perdida y no sólo relatar el aborto sino dejar claro que “Ella quedó imposibilitada, no podrá tener más familia” . La continuidad vital termina para el personaje de Elsa quien se alegra con la noticia. Si Gabriel funciona en verdad como un “guía”, la “instrucción” que deja al lector no es, en el caso de este pasaje, la indiferencia ante este suceso; de ser así el narrador no hubiese acentuado el aborto de Elsa con la pérdida total de la posibilidad de volver a quedar embarazada.
Se pretende establecer una metáfora en el sentido que le da Ricoeur. Configurar la metáfora es interpretar, ya que se conjunta la explicación y la comprensión de manera dialógica y vivencial. De La tumba pueden extraerse distintas interpretaciones pero en lo referente a la experiencia temporal resulta clara la intención de negar la sucesión o la continuidad para permanecer en un espacio extra-temporal, eterno. El aborto y la infertilidad no son otra cosa que un guiño al lector sobre el descrédito respecto al futuro y el quiebre con el pasado (una visión tradicional representada por la figura del médico).
Las novelas que tratan el tema juvenil frecuentemente aluden al tópico del despertar sexual. La década de 1960 cambió la concepción de sexualidad incluso en la literatura; la generación de la casa del lago ya demuestra un interés por el erotismo que excluye la visión de la sexualidad como un acto con fines reproductivos. La iniciación cobra un sentido individual en donde el personaje es iniciado al rito sexual a través del cual se lleva a cabo una formación personal sin hacer referencia al ser social, al del mundo del trabajo. Los personajes en los cuentos de Inés Arredondo, por ejemplo, se descubren y se devela un ser real, ajeno al ser social; la mujer es irreal y exagerada en ocasiones porque es un símbolo de este descubrimiento.
En La tumba, sin embargo, el erotismo es inexistente. El tema sexual se hace equivaler a cualquier otra actividad del personaje y, en ese sentido, ya no pretende ser trasgresor. No se narra el “despertar sexual” de Gabriel Guía y, aunque la sexualidad llega a tener tintes lúdicos, no es vista como una acción con mayor trascendencia que el instante. En La tumba, no se presenta a la relación sexual como un descubrimiento del ser sino como una destrucción. No hay trasgresión porque los personajes no tienen expectativas sociales; viven en la práctica y experimentan sin esperar retribuciones:
Seguimos con el whisky, mientras trataba de excitarla, pero ella eludía mi erotismo con frialdad. Redoblé mis ataques y nada. El poseerla se había convertido en obsesión, era ya por orgullo […] Pasada la medianoche finalmente hicimos el amor, sin sentir más que una mínima satisfacción.
La decisión de llevar a cabo una acción obedece, para el personaje de La tumba, a pulsiones momentáneas y pasajeras. Tan pronto como se satisfacen dichas pulsiones, la acción pierde sentido; en suma, también puede cuestionarse si algún acontecimiento dentro de la ficción tiene sentido en principio para su personaje. El paso casi inmediato de una acción a otra sin aparente relación entre ellas alude, una vez más, a la intención de extraer al tiempo de lo narrado, buscando un estado extra-temporal.
Sin embargo, como ya se apuntó arriba, es en la narración en donde se demuestra el proceso de configuración de la experiencia temporal. Aún cuando el presente eterno es un tema imperante de La tumba, la síntesis de lo heterogéneo trasciende la composición narrativa. De manera que a pesar de que el relato alcanza la eternidad (extra-temporalidad) al estar por escrito en una novela sólo lo hace en un nivel abstracto e inaccesible ya que al narrar y al leer no se puede evadir la experiencia temporal.
Dentro de la ficción, Gabriel Guía también intenta alcanzar la extra-temporalidad en principio a través de la escritura –que aleja las acciones de sí. Su acción de “rebeldía” es el hecho de estar ahí (asistir a la escuela, por ejemplo) pero para subrayar el ridículo y desvirtuar todo propósito, todo proyecto. Hay reconocimiento de las normas, reglas y códigos expresado a través de un actuar en “sentido contrario”, no con ánimos de transgredir sino como un mero apunte sobre la inutilidad y condición obsoleta de lo instituido.
Los límites de la configuración (Mimesis II, para Ricoeur) exigen hasta cierto punto una idea de totalidad. De tal suerte, aún cuando el proyecto narrativo de La tumba tenga por intención desacreditar cualquier referencia a la progresión o incluso a la experiencia del tiempo como un natural fluir de acontecimientos, es necesario que la obra siga un criterio de unidad; para lo cual debe emplearse un principio, un medio y un fin. A pesar de que el propósito sea dar por terminada la noción de progresión en la trama, no podrá abandonarse por completo ya que, como explica Ricoeur:
Al ser los paradigmas de composición, en la tradición occidental paradigmas al mismo tiempo de terminación, se puede esperar que el agotamiento eventual de los paradigmas se vea en la dificultad de concluir la obra […] Es, pues, legítimo tomar como síntoma del fin de la tradición de construcción de la trama el abandono del criterio de totalidad y, por lo tanto, la intención deliberada de no terminar la obra.
Ricoeur resuelve el problema de terminación aclarando la diferencia entre mimesis I (configuración) y mimesis II (refiguración):“En este aspecto, una obra puede estar cerrada en cuanto a su configuración y abierta en cuanto a la influencia que puede ejercer en el mundo del lector”.
La aclaración de Ricoeur permite establecer una distinción para el caso que nos ocupa. Tal diferenciación hace posible la confluencia de un programa narrativo, construido para dar fin a la tradición de consecución de acciones orientadas hacia cierto proyecto con una lectura que de hecho realiza la síntesis de las acciones y las orienta hacia una determinada interpretación.
El recurso de la simultaneidad que media entre el autor real y su personaje, en última instancia, posibilita la lectura de un final abierto. Tal correspondencia entre realidad y ficción creó, en su momento, la ilusión de que el “ahora”, alcanzado por Gabriel Guía al final de la novela, fuese el ahora concreto. Sin embargo, no puede esperarse que actualmente un lector de La tumba pueda dejarse influir por tal coincidencia. Lo cierto es que, aún a un lector poco familiarizado con los factores extra-literarios de la obra, le resultaría difícil creer que la Ciudad de México no fue como la describe José Agustín o bien dudar de la posibilidad de que alguien como Gabriel Guía exista, etc.
El hecho de que José Agustín escriba sobre la juventud desde la juventud tiene implicaciones más allá de la verosimilitud. De alguna manera, el lenguaje popular, la posibilidad de verificar locaciones, la presencia de acontecimientos reconocibles históricamente, etc. lograron integrarse como obra literaria, y no sólo como una crónica, en gran parte debido a que fueron narrados desde la perspectiva de un adolescente. La realidad narrada sólo pudo cobrar sentido en el acto de la narración; en este sentido, Gabriel Guía es la novela y por esta razón, el relato concluye cuando el personaje muere. No hay más mundo en la ficción después de ello.
La juventud se hace metáfora del desapego; como experiencia temporal, La tumba sólo admite el instante. La desconfianza y crítica a las autoridades e instituciones representa una actitud frente a la tradición, es decir respecto del pasado. El aborto y la sexualidad estéril y sin erotismo refieren una postura pesimista y desesperanzada sobre cualquier proyecto: sobre el futuro. Finalmente, el hecho de que el suicidio coincida con e final de la novela acentúa la intención de extra-temporalizar la acción en busca de eternizar el instante.
El recurso de la autobiografía ficticia en conjunto con las coincidencias respecto a la autobiografía del autor real, favorecen también la interpretación de un final abierto para La tumba. Tal como explica Ricoeur, esto se debe a la “influencia que pueda ejercer en el mundo del lector” . La intromisión del autor real en la ficción genera el cuestionamiento de la realidad al hacerla equiparable con la ficción.
Este hecho definitivamente hace referencia a la postura crítica que hemos estado delineando, presente en la novela, al respecto de la trascendencia de las acciones. La composición narrativa no termina al cerrar la novela ya que el lector puede optar por elevar a la ficción a un rango de mayor realidad en cuyo caso encontraría necesariamente paralelismos con su propia experiencia temporal, o bien, lo contrario –que tal vez sea lo que la novela se propone: cuestionar a la realidad en todo lo falso y fingido para verla como un artífice más.
La búsqueda de la autenticidad culmina en el suicidio de acuerdo con la propuesta de La tumba, es decir, concluye sin éxito:
Encendí la luz, con tristeza advertí que era falsa, como todo. Hubiera preferido una vela, hasta me sentí pirómano. O que fuese de día. Durante esos momentos odié la electricidad con todas mis fuerzas.
El último sentimiento de intensidad que experimenta Gabriel Guía, es el odio a lo falso. Lo falso en La tumba se representa, entre otras cosas, por el mundo de los adultos quienes son vistos por Gabriel como seres rodeados de hipocresía y de instituciones de escasa utilidad en la inmediatez. Llegar a la adultez implica haber aceptado el transcurrir del tiempo. La experiencia temporal involucra movimiento, cambio; ello conlleva la madurez, y la posibilidad de caer en lo falso.
La experiencia temporal, como hemos visto, es cuestionada por el personaje ficticio. Incluso es posible que el lector entre en la convención de inmediatez dada la presencia subrepticia y continua de un autor que acepta ser función pero elige comportarse como sujeto. Sin embargo, la narración lleva implícita la experiencia temporal. Aún cuando se trate de un final abierto, no puede evadirse la noción de unidad que está compuesta por un principio un medio y un final. El lector es capaz de reconfigurar la temporalidad de cualquier obra narrativa, a pesar de la intención de la obra.












OBRAS CITADAS

1. AGUSTÍN José, La tumba. México: Joaquín Mortiz, 2004.
2. GUNIA Inke, ¿Cuál es la onda? La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta
3. CABRERA Patricia, Una inquietud de amanecer: literatura y política en México, 1962-1987. México: Plaza y Valdés, 2006
4. RICOEUR Paul, Tiempo y Narración I. México: Siglo XXI, 2004
5. RICOEUR Paul, Tiempo y Narración II. México: Siglo XXI, 2004
6. “La onda que nunca existió” José Agustin. Revista de crítica literaria latinoamericana. Año XXX, N. 59 en: “http://www.darthmouth.edu/rcll/rcll59/59pdf/59agustin1.pdf”
7. “Jóvenes, literatura y contracultura en México”, discurso de José Agustín para el Encuentro internacional de escritores Salvatierra, en: http://www.tulancingocultural.cc/letras/encescritsalvat/jovenesdejoseagus/index.htm/