sábado, noviembre 18, 2006

Palomas de servilleta

Se había puesto el mismo pantalón, ahora se daba cuenta. Al principio no prestó atención, sólo importó escoger algo que no le hiciera pasar frío: el invierno la hace sentir más pequeña. Pero el día ya era viejo y los detalles se vuelven escandalosamente notorios.
Había sido una sonrisa de vendedor, alguien con una motivación que pretende ocultar. Ella no estaba leyendo, ni siquiera se había propuesto respingarse en una de sus famosas posturas helénicas; fue simplemente el instante en que hacía tronar los dedos de su mano derecha. Sonrisa estática y un poco marmoleada que sintió más ruidosa que el cuchareo de tantos desayunos. Sus manos, un tanto entumidas, pactaron designios secretos con un solo golpe enfático sobre la mesa; y tanto dedos como dientes enfundaron espadas, habiéndose librado ya la estrategia.
Cuatro pasos simultáneos, sumidos en una sombra gorda; se dirigen escasamente, más valdría decir sólo que caminan. Cuenta los pasos hasta la salida y regresa la vista a la silla recién desocupada: amortizada. Nada había dejado atrás.
Suspensión-caída-recuperación, camina guardando entre sus costillas un poco del aire tibio de la cafetería. La sonrisa era a penas un encaje fruncido, puede decirse poco a su respecto. La descubría como un mago que hace aparecer una paloma entre sus manos delgadas, en una jaula de hueso, como un pedazo de merengue en los límites de la puerta. Era sólo una sonrisa pero una sonrisa es todo lo que era.
Abrigo y guates, porque el gorro la hacía parecer una niñita estúpida en la entrada de la escuela. Aún el paraguas, porque cualquier cosa puede pasar en Noviembre. La salida sin elegancia; llenándose los dedos de guante y el cabello un poco por la cabeza, en general por todas partes: la salida, en fin, acompañada.
Apareció sentada sobre interiores de piel, mirando su propio escote a través de un espejo retrovisor, y hablando sobre los frecuentes e incontrolables ataques de estornudos que sufre, que padece, cada vez que ingiere alcohol, claro que no se detiene por eso… creía que era claro. No, no tenía otro CD --sólo ese-- y no, no podía decirle quien cantaba porque un amigo se lo quemó. Las cejas iban y venían, a veces por reír pero el día envejecía y se fueron quedando muy abajo, escondiendo los párpados mientras los ojos quedaban más brillantes.
Billie Holliday repetía ya por vez tercera: “hush now! Don’t explain…” perdiéndose por debajo de un sonido nuevo. Su cabello pegándose a las pestañas, buscando enmarañarse con la saliva de la sonrisa ahora destilada en mueca; las manos quitándole frío al reflejo del retrovisor, deformando, refigurando, circulando. “Skip that lipstick…” y sobrevino el ruido de un espacio que se cierra, de un vientre tembloroso y de la explosión de todo el vacío. Eco del espesor de un día que había empezado hacía varios años.
Los labios no supieron llenar los frascos ni iluminaron las desiertas hendiduras de piel, vidrio y espejo, enjauladas: palomas y palomas y palomas.
Debió haberse tomado más tiempo para elegir. Solía importarle el tono, la textura, la poética que usaría para adornar noviembre. Tal vez una falda, una mascada o un sweater verde olivo, pero no debió preferir un pantalón: este triste y lloroso dueño de un día joven y limonado.
Todos los trenes se alejaron de nuevo. Cada gota de agua fría volvió a caer en millones de palomas, y tampoco esta vez podía retenerlas. El día se hacía viejo y la quiso llevar a la fuente en donde una rana escupía todos los días de ocho a cinco y dos horas más los domingos. Por eso había podido quedarse quieta mientras él escribía en la servilleta del café Zürich.
Siguió la promesa de guardarla hasta que el día fuera viejo y las palomas finalmente estuviesen quietas. Sus dedos que iniciaron la mañana entre la nuca encendida de caramelo, se perdieron eclipsados dentro del bolsillo que hoy la traiciona y le impide caminar sin contar sus pasos. El dulce de la mañana oscurecido, cristalizado en las tinieblas de un lenguaje que creyó haber olvidado: plegado en seis con tinta azul. Era sólo una palabra, pero una palabra que desdobló la noche.