ceniza
El aceite puede combinarse con el aire un día cualquiera. Sólo hace falta una chispa, una breve y minúscula combustión, y la incendiada piel muda a ceniza. Se cierran las cortinas, el sol filtrado reconstruye piernas envueltas en sábanas rentadas. Cuando los ojos se cansan del parpadeo, enmudece el fuego y duerme en implosión palpitante... guardando una nueva ignición. El día deja de ser "cualquiera". Ahora noche, el sueño marea pero no apaga. La ventana deja entrar más aire, viento suspirante. Las bocas se desmoronan hechas arena sin agua; vacilante, recojes al día pedazo a pedazo. Hay minutos flotando cerca de tu nariz, otros se acomodan junto a tu almohada y se parten en mil pedazos una vez que logras atraparlos entre tus dedos. Ruedan haciendo maromas y desparramándose hasta los rincones donde vive el reverso de cada objeto. Hay unos cuantos segundos adentro de tus uñas, encarcelados y cristalinos, provienen de la última sonrisa justo antes de despedirte. El momento en el cual soltaste tus pestañas para engancharlo y llevarlo a tu silencio.
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