vicisitudes de trayecto
Definitivamente no quepo en los asientos del camión. La distribución de mis piernas asemeja tristemente a la araña plegada tras el último espasmo después de ser rociada con vulgar mata-bichos. La mala suerte contribuye casi siempre para atraer caballeros, de anchas alforjas por glúteos, a ubicar su titánica dimensión justo en el lugar frente al mío; aún peor resulta su búsqueda de más espacio cada vez que avalanzan el respaldo, sin previa notificación, contra mis ya desarticuladas piernas. El gremio de choferes, a demás, parece haber firmado un contrato vitalicio con los fabricantes de aromas tan finos como el afamado "Sr. Vainilla" que entre otras virtudes me ocasiona un aturdimiento que casi siempre culmina en la náusea. El azar interviene también ubicándome siempre cercana a infantes menesterosos en conflicto con la puerta del WC (al cual, por cierto, dejé de entrar desde que descubrí que la probabilidad de no "acertar", considerando el movimiento arrítmico del bólido, era amplia) por lo que les resulta útil recurrir a mi fuerza bruta y conocida experiencia para gestas tan nobles como esa. La salida es otra afrenta de distinta índole ya que uno debe sortear todo tipo de nalgas --las hay esponjosas, respingadas, angulosas y, por supuesto, aquellas que no dejan pasar ni un resquicio de luz que te indique la salida; gigantescos paquetes, bolsas, cajas y demás utensilios de primera necesidad son extraídos a ritmos diversos desde las recónditas concavidades que flotan sobre los asientos... entre tanto yo espero, encorvada e intentando desdoblarme, a que mis piernas vuelvan a responder. Es mentira que uno puede acostumbrarse a todo.
2 Comments:
tu post trajo viejos recuerdos.. snif, snif..
vaya, vaya... observo que la aceituna anda un tanto nostálgica, habrá que sustituir los recuerdos con mejores cosas. Un beso.
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