lunes, junio 19, 2006

Ritos de iniciación al erotismo: “El membrillo” y “Las mariposas nocturnas” de Inés Arredondo.


La novela de formación, como género, se funda en torno al acto de la constitución del sujeto; acto que tradicionalmente fue visto como una tarea formativa de afuera hacia adentro, es decir, desde la instancia hegemónica hacia el sujeto –de lo plural a lo individual. Formación, iniciación o educación son todos términos que aluden al personaje central en relación con la sociedad; en un diálogo establecido entre dos entidades, haciendo evidente la distancia entre el “yo” y la sociedad. Es el enfrentamiento con el “otro” (entidad variable) lo que determina la constitución del sujeto.
El referente directo de este tipo de narrativa podemos encontrarlo en los ritos iniciáticos: ceremonias sobre el tránsito de una etapa de inocencia a una de madurez. La tradición del Bildungsroman (o novela de educación) es incluso anterior a la invención del término[1] y ha nutrido la narrativa por lo menos desde la Edad Media. Actualmente podemos hablar incluso de cuentos que siguen dicha tradición; es necesario, sin embargo, esclarecer un poco lo que entendemos al hablar de literatura de iniciación.
Sería simplista considerar como iniciáticas a todas las obras cuyos personajes transcurran de la pubertad a cierta madurez a lo largo de la narración. El género narrativo es en sí un proceso y, por tanto, sobra decir que sus personajes también experimentan un desarrollo; Lukacs define para la novela lo que también es posible para cualquier tipo de narración: “en tanto que la característica esencial de otros géneros literarios es descansar en una forma acabada, la novela aparece como algo que deviene, como un proceso”[2]. Es posible, por tanto, hacer una correspondencia entre la construcción de la anécdota y aquella del personaje.
Entendiendo al personaje como un proyecto que se desarrolla a lo largo de la narración, será más sencillo delimitar el sentido de novela de formación en cierta temática. Ya sea que este proyecto sea completado o no por el personaje, la narración como proceso permite generar obras cuyo tema es la iniciación, aún cuando ésta no conduzca a una plenitud de cualquier tipo. La temática desarrolla, en primer lugar, un particular ideal de “madurez”, expuesto en cada obra, como si se tratase del objetivo al que se dirige el protagonista. Empero, siguiendo una lógica de pluralismo, no podemos estandarizar una sola idea de “madurez” válida para cada narración iniciática.
Al respecto del referente ritual, no obstante, sí pueden establecerse ciertos criterios comunes. En The rites of passage, Arnold van Gennep resume en tres fases el proceso que sigue cualquier rito: una de separación respecto al grupo; otra que denomina “limbo”, en la cual el sujeto está aún indefinido y, finalmente, la fase en la que se asume una situación nueva respecto a la comunidad[3]. Sin embargo, los ritos iniciáticos, en añadidura, cumplen con una función social dentro de cualquier sociedad: habitualmente tienen el propósito de integrar a quien los experimenta como miembro de una comunidad determinada. Por lo tanto, la iniciación va siempre orientada hacia un objetivo definido; tal como argumenta Bruce Lincoln en Emerging from the Chrysalis: Rituals of women’s initiation, los ritos iniciáticos son:
instrumentos poderosos para las sociedades que los emplean: instrumentos a través de los cuales las sociedades construyen su propio orden mientras construyen también a las personas a quienes admiten/permiten para ser sus miembros. Más aún, estas personas serán llamadas para reproducir el orden social[4]
En general, los ritos de iniciación perpetúan los lineamientos específicos de cada cultura. Al hacerlo, reducen al individuo a un mero actor social, un “sujeto” (en el sentido de víctima de una “sujeción”); en palabras de Louis Althusser: “la ideología ‘actúa’ o ‘funciona’ de tal modo que ‘recluta’ sujetos entre los individuos (los recluta a todos), o ‘transforma’ a los individuos en sujetos”[5]. En esa lógica, una iniciación alejada del contexto social no sólo se queda en el plano individual sino que lo enfatiza y engrandece tal desapego respecto a la comunidad. Un rito iniciático del tipo individual será, pues, visto como transgresión por parte de la sociedad que es, al menos en apariencia, símbolo de integración.
Atendiendo al sentido estricto de la palabra “formación” entendemos, necesariamente, una configuración determinada que se da de manera paulatina; en el contexto narrativo de aprendizaje, la idea subyace durante el transcurso de la anécdota como tema motriz, de tal suerte, el desarrollo del personaje se corresponde al devenir de la novela. Si bien la fórmula simbiótica entre la acción narrada y la constitución del personaje es un atributo común para toda obra narrativa, en la narrativa de formación resulta central.
Aun cuando los ritos iniciáticos tienen por objeto cierta configuración de los individuos en relación con los lineamientos propios de cada cultura, es obvio que, incluso dentro de una misma sociedad, los roles para el hombre no son los mismos que para la mujer y, por tanto, el ritual de iniciación debe perseguir fines distintos. Los ejemplos literarios de iniciación masculina son múltiples pero para este trabajo nos interesaremos en la iniciación femenina; concretamente aquella que se expone dentro de dos cuentos de Inés Arredondo: “El membrillo” y “Las mariposas nocturnas”. Traducido a la literatura de formación o aprendizaje, es necesario equiparar la construcción del sujeto a la construcción de un personaje.
En Arredondo resulta evidente la noción de un objetivo al final de sus relatos; tan es así que al referirse a la gestación de “El membrillo” dice:
Se trataba de una historia de adolescentes que no sabía cómo terminaría, creí en el primer momento, pero inmediatamente después, me di cuenta de que estaba escrito para el final […] A veces también puedo escribir por el placer de hacerlo, pero siempre pensando en el final[6]
Considerar a “El membrillo” y “Las mariposas nocturnas” como obras iniciáticas responde al hecho de que se narra un tránsito, un cambio de estadio; pero, sobre todo, a la incorporación de temas propios de la literatura de formación. La pérdida de inocencia y el descubrimiento sexual son los ejes temáticos principales para concebir dichos cuentos dentro de la tradición iniciática. Así mismo, la búsqueda de un fin en los personajes los relaciona con la noción de “construcción del sujeto”. En este punto es lícito preguntarse sobre los lineamientos que persiguen los personajes femeninos en los dos cuentos de Inés Arredondo que tratamos.
Tanto en “El membrillo” como en “Las mariposas nocturnas”, Arredondo expone un modelo de iniciación que transgrede por dos vías. En primer lugar, como ya se apuntó arriba, la concepción tradicional de “iniciación” tenía que ver con un modelo social integrador; una postura que privilegia al individuo sobre el sujeto es, por tanto, una transgresión. La otra vía por la cual Arredondo quebranta la esencia del rito tiene que ver con su elección de postura al crear personajes femeninos más favorables al erotismo estéril que a la sexualidad fértil.
En estos dos cuentos, la iniciación cobra un sentido individual; el personaje es iniciado a través del rito sexual, en el cual se lleva a cabo una formación personal sin hacer referencia al “ser social”. La idea de formación e iniciación está anclada al personaje como constructor de su propio ser; más aún, es presentado como el descubrimiento y revelación del ser real ajeno al mundo social. Retomando lo dicho arriba, aquí no existe tal distancia entre el “yo” y el “otro” —binomio fundamental en el proceso de reconocimiento y descubrimiento del ser— porque el “otro” es uno mismo.
Es así como Elisa, personaje principal de “El membrillo”, comprende que la proximidad entre Miguel y Laura puede sustituirse con su propia cercanía a Miguel: “Aquel olor, aquella proximidad de Laura y Miguel, anhelosamente enemiga, la habían hecho comprender. Suavemente acercó su cuerpo al de Miguel y eso tuvo la virtud de deshacer el hechizo”[7]. Laura y Elisa son piezas intercambiables relacionadas entre sí por una función igual: la del objeto del deseo que para George Bataille:
es diferente del erotismo; no es todo el erotismo, pero el erotismo tiene que pasar por ahí […] el erotismo, que es fusión y que desplaza el interés en el sentido de una superación del ser personal y de todo límite, se expresa a pesar de todo por un objeto. Nos encontramos ante una paradoja: la de un objeto significativo de la negación de los límites de todo objeto; nos encontramos ante un objeto erótico[8].
La construcción de personajes que funcionan como objetos eróticos hace de la iniciación propuesta por Arredondo una afrenta respecto a los rituales iniciáticos tradicionales. Para acercarse a una narración desde la perspectiva del tema de iniciación, el rito debe estar presente, no obstante, para los cuentos referidos los ritos no están en función de la sexualidad fértil sino del erotismo estéril.
En “Las mariposas nocturnas” Lía es adoctrinada como objeto erótico. Uno de los principales rituales es el de la vestimenta: “me mandó que hiciera traer los baúles tal y cual, porque él, personalmente, quería escoger las telas y los patrones con los que Adelina comenzaría a hacer a Lía un guardarropa, que debía empezar por un vestido para aquella misma tarde”[9].
La iniciación femenina ha sido históricamente distinta a la del hombre. La vestimenta, por ejemplo, es un punto importante de contraste. Bruce Lincoln deduce que el ritual femenino responde a un proceso aditivo (se agrega vestimenta) en lugar de un proceso substractivo; al compararlo con la iniciación masculina, explica que: “los hombres (que tienen estatus) deben perder su estatus para asumir otro, las mujeres (que no tienen estatus) no necesitan hacerlo”[10]. Siguiendo esta línea de discusión, la mujer adquiere relevancia únicamente a través de la iniciación. La diferencia substancial con el sujeto creado por los rituales iniciáticos femeninos es que en los cuentos que tratamos, Inés Arredondo construye no sólo personajes aislados de la sociedad sino que se configuran como objetos eróticos.
Lía es el objeto de la contemplación de Don Hernán en encuentros que explícitamente se describen como rituales: “El rito preparatorio fue el de costumbre […] Él se quedó contemplándola largo tiempo y jugó con la luz de los quinqués […] y se quedó un tiempo indefinible mirándola”[11]. Al finalizar el ritual, don Hernán ordena a Lía retirarse a dormir; el erotismo no requiere siquiera de la consumación del acto sexual.
Elisa, en “El membrillo” no experimenta un despertar sexual, como podría pensarse; al igual que Lía, descubre que puede ser un objeto erótico ofrecido para la contemplación. En el caso de Elisa, este descubrimiento se hace libremente a través de un agente femenino (Laura) mientras que para Lía, la condición de objeto erótico le es impuesta por una figura masculina autoritaria (don Hernán). A través de ambos cuentos se explora la polarización de las experiencias formativas: la voluntaria y la forzada. Esta diferencia desvía la conclusión de ambos cuentos en direcciones casi opuestas.
La necesidad de cambio hace que Elisa decida ocupar el lugar de Laura como objeto erótico al final de “El membrillo” y alterar así el trato infantil que recibía por parte de Miguel. Lía, también cambia voluntariamente su situación cerca de la conclusión de “Las mariposas nocturnas”; perturba el funcionamiento del ritual nocturno al decidir, en contraste con Elisa, dejar de ser sólo objeto de contemplación.
Volviendo a las tres fases rituales de Gennep (citadas arriba) la situación intermedia, comparada al limbo, corresponde al momento de tránsito entre una etapa y otra. Es en este momento donde la literatura de iniciación se centra y es, quizá en mayor medida, importante al tratar el tema del erotismo. Para Bataille, el intento de poseer al ser amado implica una pérdida del individuo discontinuo —al transformarse éste en un nuevo ser continuo. La continuidad, en este sentido puede verse como impersonalidad y, por tanto, es posible relacionarla con la segunda fase ritual de Gennep. La iniciación a través del erotismo, como se expone en los cuentos aquí estudiados, pertenece a dicha etapa de indefinición; los personajes de Arredondo pierden su personalidad durante el lapso de aprendizaje erótico hasta completar su tránsito.
La finalidad del ritual iniciático femenino se ha movido tradicionalmente en el plano simbólico. El rito no sólo es benéfico para la mujer involucrada, también debe asegurar el bienestar de toda su comunidad. Lincoln establece el objetivo simbólico como sigue: “cada vez que una mujer es iniciada, el mundo es salvado del caos, dado que el poder creador fundamental se renueva en su ser”[12]. Es clara la reducción del papel femenino a la sola función procreadora. En franca oposición, los rituales descritos por Arredondo tanto en “El membrillo” como en “Las mariposas nocturnas” afirman la idiosincrasia de los personajes femeninos; al hacerlo se enfatiza el bienestar individual. En ambos cuentos se privilegia una imagen femenina como objeto erótico, hecho que niega la definición estricta mujer-fertilidad.
Hablar de iniciación implica la posibilidad de acceso a una fase siguiente. Los personajes de la narrativa iniciática deben entonces abrazar el sistema que les ha sido impuesto, completar el ciclo y definirse como “iniciados” al final del relato. No obstante, pueden también, como muestra Arredondo, enarbolar su libre voluntad y establecer el bienestar individual, a través del erotismo y fuera de todo sistema, como único fin.


Obras citadas:

Albarrán, Claudia. Luna menguante: Vida y obra de Inés Arredondo. México D.F: Ediciones Casa Juan Pablos, 2000.
Althusser, Louis. “Ideologías y Aparatos Ideológicos de Estado” en http://www.webdianoia.com/contemporanea/althusser/althusser_txt_1.htm. 14/06/06.
Arredondo, Inés. Obras completas. México D.F: Siglo veintiuno editores, 2002.
Bataille, George. El erotismo. México D.F: Tusquets, 2005.
Lincoln, Bruce. Emerging from the Chrysalis: Rituals of women’s initiation. EUA: Oxford University Press, 1991.
Lukacs, G. “la forma interior de la novela” en Teoría, cultura y sociedad. México, D.F: UNAM, 2005.
Van Gennep, Arnold. The rites of passage. EUA: The university of Chicago Press, 1969.
[1] Probablemente el primer relato de este tipo sea Parzival de Wolfram Von Eschenbach aunque la novela a la que se le atribuye comúnmente la inauguración del género es Werther (1774) de Goethe.
[2]“La forma interior de la novela” en Teoría, cultura y sociedad, pág. 146
[3] Van Gennep, Pág. 3
[4], Lincoln, Pág. 105. La traducción es mía.
[5] L. Althusser, “Ideologías y Aparatos Ideológicos de Estado” en http://www.webdianoia.com/contemporanea/althusser/althusser_txt_1.htm
[6] De “La cocina del escritor” citado por Claudia Albarrán, Luna menguante, Págs. 148-149.
[7] Arredondo, Inés. Obras completas. Pág. 24
[8] El erotismo, Pág. 136.
[9] Arredondo, Pág. 151.
[10] Lincoln, Pág. 103. La traducción es mía.
[11] Arredondo, Pág. 153
[12] Lincoln, Pág. 107