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Contrastes de tiempo y de temperatura provocan la leve turbación que siento al leer ajenas experiencias. No tengo más que bajar las escaleras para encontrar a la mejor habitante de mi burbuja y envidiarle todas sus sonrisas. Hay quienes me han aconsejado dejar de reírme para evitar las arrugas pero, felizmente para todos (especialmente para la aceituna de los campos rojos) mi natural inclinación por las cremas anti-arrugas ha menguado.
Abajo de las escaleras vive la abuela. Nunca me alimentó con otra cosa que no fuera plátano y naranja. Tiene 92 milagros y 92 años de seguir confiando. Ama su máquina de escribir y a las doraditas "Tía Rosa". A veces le sobra una sonrisa y no duda en darmela a mí completita. La abuela tiene pila nueva que le alcanzará al menos para otros 10 años. Así, de a poquito me ha ido dibujando la esperanza.
No me importa si no tengo tema de conversación; mientras la plática gire en torno a lo malo que es estar vivo seguiré escapándo por la puerta ancha. He tenido días muy malos y me he apoyado en la vieja rutina de verbalizar las penas, tengo que decir que funciona muy bien, sin embargo he visto a menudo que la verborrea suicida y negativa se convierte en una bola de nieve despeñada.
Prefiero no ser profunda, escojo llorar sólo cuando me río y ante la tristeza elijo la ira: siempre será mejor lanzar objetos a las paredes que cuerpos por las ventanas. Mi abuela vive en compañía de la muerte y sabe, como todos, que ni Socrátes fue inmortal; la abuela me deja recaditos en mis libros y me hace agradecer infinitamente a la "casualidad" el haber nacido cerca de ella.
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