domingo, enero 23, 2005

Andrómeda florida

Todo lo que no soy está en ti. Cada una de las esperanzas que la gente cultivó para mí, las mantuve vivas lo suficiente como para ponerlas en el agua que bendices con tus hojas de terciopelo y en cada uno de los besos que le doy a tus pétalos de piel de perfume. Te quedas ahí todos los días platicando con el sol y acariciando al aire; me esperas y me recuerdas que hay belleza entre el blanco-gris del polvo y en el marrón obscuro de mi alma. Eres el silencio de todos los principios y el consuelo de cada fracaso. Recibes la música estática e inalterable; permaneces muda y me obligas a acercarme para escucharte susurrar el profundo agradecimiento de tus raíces. El pequeño hueco que eclipsas llevará tu nombre hasta que la medera cruja con el último fuego; cada vez estás más presente en mis solitarias alucinaciones, cada vez te encuentro más facilmente en todos mis regresos. Y tú no pides nada, tú muerdes al tiempo para que no me lastime; luchas con el tedio haciéndote distinta todos los días. Tocas en mis párpados todas las mañanas para que sea tu morado entero lo primero a lo que la luz dé nombre. Te conviertes en una extraña habitande de mi país por más que el recuerdo me convenza de que la tierra en la que creces no es la mía. Purificas mis palabras y no te importa mi lenguaje; no analizas mi pasado intentando encontrar el sitio en el que te coloqué desde esa mañana en la que revivimos simultáneamente. Te veo y se esfuma el miedo.