miércoles, febrero 22, 2006

Madrugadas apagadas

No nací para levantarme temprano. Soy una criatura nocturna, sonámbula y caminante de los pasillos obscuros de mi casa. Ya no hace falta contar los escalones porque conozco el ritmo que hacen mis pisadas en ellos y sé cuándo he llegado. Pero cerrar los ojos no es equivalente, sin embargo, porque esto sería traicionarnos al emplear otros sentidos (como el tacto) para localizarnos en el entorno. El asunto es mantenerse ergido como si nada fuera distinto, como si se caminara en el borde de una banqueta, buscando ocupar el menor espacio posible y tratar de sentir la cercanía de las cosas. Es un poco como aprender mecanografía: los dedos se sienten como en casa mientra bailan a través del teclado haciendo brincos y percusiones, todos precisos. La noche no nos otorga más que ausencias. El silencio es prolijo y enfatiza el hueco del oído; las manos, en contraste, no buscan encontrar algo sino esquivar todo en busca de espacio vació; se apagan los perfumes sobre la piel, se cierran las ventanas y el mundo se queda afuera.
La llegada de la mañana, por lo tanto, debe tomarse con calma. Después de haber gozado de la completa ausencia de estímulos, no puede ser recomendable despertar con los horrendos "bip bips" de los relojes o sonidos agudos de los celulares o bien, en el peor de los casos, con gritos (que a veces parecen llegar hasta el fondo de la tierra). El sol alimenta a Brunhilda la violeta a través de la persiana y la insta a levantar sus hojas como abrazando al calor; está aquí para despertar temprano en mi lugar, para enfrentar la luz, el aire y los sonidos. Yo, mientras, prefiero estar viendo párpado cobijada en sueño apacible... pero no.