martes, mayo 24, 2005

Rue Montorge

Quise regresar el tiempo a la ausencia más cercana, a ese momento de niebla en mis caricias cuando me parecías de madera. Es cómodo sentirme lejos cuando compartimos espacio, una maravilla cotidiana tener piel para los dos. Me acuso de haber nacido cerca y querer irme todo el tiempo.
Con frecuencia sueño que bostezo sin poder parar, como si ahora fuera ese mi lenguaje, y tiemblo ante la posibilidad de no poderte decir ya nunca que me quedan más uñas para arañar más lunas y dejarte dormir sin luz. Corremos la cortina como si no quisieramos despertar, como si el viento de afuera no tocara nuestras ventanas: el tiempo no es para nosotros. Se nos dan bien las violetas y el parpadeo de los focos no significa nada; estoy para la luz artificial y los papeles que encuentro detras del buró.¿Has visto la tela del cielo? cómo esparce al terciopelo hasta tus ojos. Haz que brillen de nuevo como aquel día cuando dijiste que habías llegado por fin, que no querías moverte y que tus pies pisaban al mundo entero en ese precíso momento.
Después ya no hubo oportunidad de mostrarte mi ombligo ni ocasión de ensuciarte con mis malos chistes. Se acumuló ausencia, se destrenzaron las horas que dejamos sin atención y ahora se cobran la nota, la larga espera infructuosa pero divina. Si hubo luz un día, si alguna vez sentí una caricia simultánea fue en el centro de nuestra pausa. En tibia pérdida de tiempo nos creímos todas nuestras posibilidades, para luego gastarnos los ojos entre distancia y recorrido.