lunes, junio 20, 2005

lágrimas, Brunhilda y manifiesto

La gente se pone triste a veces. Se sienta a bajar sonatas de Bach y escuchar nocturnos de Chopin como para que "amarre" (así diría el abuelo). Después nos desconectamos, nos aislamos nos embarramos en nuestro dolor particular y nos juramos ser los únicos que se sienten miserables... sólo yo y talvez algun niño afgano. De pronto parece que la música se hizo para eso, pero entonces, ¿como explicar a Strauss? No soy nadie para juzgar, sólo puedo verme duplicada en notas algunas raras ocasiones, especialmente después de pasar mucho tiempo sola y haber regresado de un paseo nocturno tras perseguir los focos rojos detras de los autos.
El asunto es así: no tengo palabras ni tiempo suficiente para buscar más. Lo dicho ha quedado en el aire y dado que la gente triste decide dejarme fuera prefiero escuchar cómo rebota Brunhilda en mi cabeza. Ella perdió toda su fuerza después de ser desvirginada por Gunther, creo... sólo que Wagner parece haberlo olvidado en su ópera. Es recomendable, me permito dar palmadas en los hombros de la gente y decirles "lée el cantar de los nibelungos" pero no creo que nadie más lo encuentre placentero.
Así que encuentro a mi "divergencia" verbal no sólo favorable sino infalible para combatir a todos esos pensamientos cruzados que acechan furtivos mi mente en busca de acabar con mi inconsciencia y hacer de mí una persona decente. Me encomiendo a los "antiguos espíritus del mal" y les pido disculpas por mi tardía apreciación de Vivaldi y Scarlatti (era más berrinche que repudio).
Que el alma sea siempre más grande que el tiempo que se come al cuerpo, y ¡Qué viva Descartes! ya que los manifiestos están tan de moda, siempre es mejor un filósofo filoso que el "mole de guajolote" estridentista.