jueves, diciembre 01, 2005

La condenación del erotismo en Santa de Federico Gamboa.


La sociedad moderna se constituye a través de distinciones. El hombre sólo lo es en tanto que se aleja del animal en pro de una espiritualidad que lo separe de sus más arraigados instintos. Los esquemas modernos, sobre todo los positivistas, son maniqueos en esencia, sus ideales se concentran en un extremo dejando fuera todo lo que “no cabe”. El criterio de humanidad se liga con un estándar que determina los límites para la normalidad; a todo lo que está afuera se le niega la posibilidad de existir para el proyecto.
En pleno positivismo, el fisiólogo francés Claude Bernard establece la distinción entre normalidad y patología como una variación cuantitativa de un proceso normal, es decir, la enfermedad no es vista como un cambio de estado sino como un alejamiento respecto a la normalidad. La ciencia debía explicarlo todo, pero considerar a la patología como un aspecto dentro de la normalidad aumentaba el número de “enfermos” que podían estarlo más o menos según su alejamiento con el criterio de lo normal. Al establecer ese punto de referencia ideal no pudo evitarse la polarización y, en consecuencia, se enfatizó el maniqueísmo.
En la literatura francesa de finales del siglo XIX estas ideas derivaron en lo que conocemos como el naturalismo. Se considera a Émile Zolá como el fundador de esta corriente que, de acuerdo con él, era un método más que un sistema. Para el naturalismo todo encontraba su causa en la naturaleza, postura en franca oposición a las ideas románticas que aceptaban explicaciones sobre-naturales. Los personajes naturalistas pueden ser vistos como un conjunto de variables que se manifiestan en ciertos comportamientos. En ese sentido, el libre albedrío se cuestiona privilegiando al determinismo. En Introducción al estudio de la novela experimental, Claude Bernard hace la distinción entre determinismo y fatalismo:
Hemos dado el nombre de determinismo a la causa próxima o determinante de los fenómenos. Nunca obramos sobre la esencia de los fenómenos de la Naturaleza, sino sobre su determinismo, y sólo porque obramos sobre él, el determinismo se diferencia del fatalismo, sobre el cual no podríamos obrar. El fatalismo supone la manifestación necesaria de un fenómeno, independientemente de sus condiciones, mientras que el determinismo es la condición necesaria de un fenómeno cuya manifestación no está forzada (401).
Todo alejamiento respecto a la normalidad es visto como patológico, aunque no por ello deja de ser un fenómeno natural. El naturalismo utiliza la dicotomía, sin embargo reconoce que hay muchos peldaños entre los dos extremos. La degradación es un tema central para esta corriente y, como se ve en sus personajes, un primer paso en sentido contrario a la normalidad hace casi imposible el regreso. Esta corriente literaria establece lo “normal” por oposición, haciendo de sus personajes el ejemplo del proceso que degrada al individuo y lo aleja de la normalidad.
El discurso dicotómico del naturalismo alcanza todos los aspectos sociales pero para este trabajo interesa fundamentalmente el contraste de una sexualidad normal con una patológica en la literatura, de acuerdo con la idea de Bernard y con la convención naturalista. Así mismo se considerará la novela Santa de Federico Gamboa como obra que recibe al naturalismo y lo interpreta en consideración de los lectores mexicanos de la época. Se estudiará el tema erótico en Santa como un alejamiento respecto a la sexualidad “normal” desde una perspectiva que combina las ideas naturalistas, ligadas al positivismo, con la moral promovida por Gamboa en la novela.
Los años primeros del siglo XX en México fueron enmarcados por la dictadura de Porfirio Díaz y por la implantación del modelo positivista. Es cuestionable si alguna vez llegó a consolidarse la modernidad de manera general en el país, lo cierto es que al menos para una cúpula privilegiada, las influencias extranjeras fueron decisivas. Federico Gamboa es el ejemplar perfecto de esta élite cultural: porfirista y con pretensiones naturalistas.
La influencia del naturalismo es clara en Gamboa, aún cuando no haya podido dejar a un lado por completo al modernismo. Admirador expreso de Zolá, Gamboa funda su técnica narrativa en la imitación de la obra del novelista francés. Pero si las intenciones científicas de aquel quedan en entredicho, las de Gamboa pueden dudarse aún más ya que jamás logró crear un narrador objetivo ni separarse del esquema moral que promovía en su realidad política. La distancia respecto a la normalidad adquiere, para Gamboa, no sólo tintes patológicos sino matices de “maldad”. El autor de Santa añade a la dicotomía maniquea de normalidad-enfermedad una estructura moral de lo bueno y lo malo.
La degradación de Santa, el personaje principal de la novela homónima, comienza con un hecho determinante que le roba la inocencia haciéndola culpable de ahí en adelante. Santa pierde su virginidad enamorada de Marcelino, confiando en la promesa de compromiso que él le hace, aunque nunca de manera explícita. Chimalistac, el pueblo natal de Santa, es el locus amoenus en donde sólo cabe la inocencia y la bondad mientras que la ciudad de México es escenario para cualquier tipo de maldad. El inicio de la caída de Santa o de su “abandono” como lo llama Gamboa es la pérdida de la virginidad fuera del matrimonio; no es casual que este hecho decisivo suceda en un espacio intermedio que no es Chimalistac ni la ciudad de México: “en el Pedregal acaeció el lento abandono de Santa […] Marcelino desfloró a Santa en una encantadora hondonada que los escondía” (61,62). Fuera de Chimalistac, alejada del seno familiar, Santa comienza a sentir culpa; aún antes de perder su virginidad; buscó un sitio escondido para verse con Marcelino, sin culpa no hubiese considerado necesario ocultarse: “Fue el Pedregal un cómplice discreto y lenón, con sus escondrijos y recodos inmejorables para un trance cualquiera por apurado que fuese” (61). Distanciarse físicamente de Chimalistac equivale al alejamiento con el bien y en consecuencia a una proximidad con el mal. Este alejamiento con el “bien” se representa con la distancia física respecto a Chimalistac pero se lleva a cabo debido a la intervención de un elemento ajeno al medio, constituido en el personaje de Marcelino el alférez, un extranjero, que funciona como agente catalizador del cambio.
Peter Simpson en Goodness and Nature, a defense of ethical naturalism argumenta que todo en la naturaleza tiene una tendencia o potencialidad hacia algo, y ésta se realiza gracias al deseo. Para este autor, la bondad se determina si la potencialidad se actualiza, en el caso en que la realización no suceda, la potencialidad queda privada de su objetivo. Esta privación es lo que Simpson considera como lo “malo”:
When it is said that something’s not being actual is bad, this absence must be the absence of an actuality for which the thing has a potentiality […] An absence that is bad is, thus, properly a privation. A privation presupposes not only a subject that lacks something, but a subject that is ordered to have what it lacks (160).
Siguiendo este orden de ideas el deseo sexual debe tener un objetivo, realizar el potencial al que está orientado. Las convenciones de la sociedad a la que Santa pertenece (y también Gamboa) estipulan sólo una situación en la cual la sexualidad es “buena”: dentro del matrimonio y para fines reproductivos.
Las dos condiciones fueron violadas por Santa. No sólo se permitió tener relaciones sexuales fuera del matrimonio sino que impidió que la finalidad del sexo (la reproducción) se llevara a cabo: “el aborto repentino y homicida a los cuatro meses más o menos de la clandestina y pecaminosa preñez” (Gamboa, 69). El pecado que expulsa a Santa de Chimalistac es, pues, una doble transgresión.
Una vez comenzado el proceso de degradación de Santa, ya no hay cabida para ella en Chimalistac. Ingresa al orden de lo “malo” de acuerdo con lo estándares sociales a los que pertenece. Pero Santa no se hace prostituta sino que se descubre como tal; el naturalismo no propone un estado nuevo ya que no hay escapatoria a la naturaleza de cada ser, sólo se puede alejar de su posible “bondad” perfecta degradándose hacia la “maldad”. En este sentido, la idea de prostitución expuesta por George Bataille en El erotismo se devela como una posibilidad del género femenino al convertirse en objetos del deseo:
No es que haya en cada mujer una prostituta en potencia; pero la prostitución es consecuencia de la actitud femenina. En la medida de su atractivo, una mujer está expuesta al deseo de los hombres. […] Por los cuidados que pone en su aderezo, en conservar su belleza –a la que sirve el aderezo–, una mujer se toma a sí misma como un objeto propuesto continuamente a la atención de los hombres (137).
Aún cuando Santa transgrede los códigos sociales no puede evadir el esquema de “bueno-malo” y continuará buscando su bien en un proyecto individual, incluso cuando la perfección de éste la degrada para el proyecto social. La sexualidad justificada por la reproducción no es otra cosa que la realización de una potencialidad impulsada por el deseo de procrear, siguiendo lo que establece Peter Simpson, y en esa realización se consuma como un bien. Santa obedece al mismo esquema alterando las variantes: la sexualidad se convierte en erotismo y se realiza a través del deseo de sentir placer. El orgasmo como fin de la sexualidad la convierte en erotismo y así visto, como realización de una potencialidad, es igualmente un bien.
El proceso de degradación hace casi imposible el retorno al punto de inicio, sin embargo, Santa tiene una oportunidad de detener el curso de su “perdición”. Deja el prostíbulo para vivir con el Jarameño quien le ofrece el compromiso suficiente para que Santa no tuviese que volver a la prostitución por necesidad. Pero los roles femeninos convencionales no están en la naturaleza de Santa; a demás, ya tiene muy arraigado su proyecto individual y éste le impide ver a la situación con el Jarameño como un bien: “Aquel ensayo de vida honesta la aburría, probablemente porque su perdición ya no tendría cura porque se habría maleado hasta sus raíces” (Gamboa, 201).
La enfermedad de Santa no es la degradación paulatina sino su negación a evitarla. El sentido moral perdido que el narrador acusa en Santa es la aceptación de un bien individual que no colabora al bienestar de la sociedad en general. Santa se propone como objeto del deseo y aun cuando no se considere al orgasmo como la finalidad del erotismo, ser deseada parece llenar el hueco.
La condena al erotismo está siempre presente en la voz narrativa. Constantemente se alude a Santa como a una pecadora sin embargo un hombre católico como Gamboa no podía permitirse juzgar y tomarse atribuciones divinas. El escarnio se lleva a cabo disfrazado de piedad hacia la mujer “caída”, “perdida”, “abandonada” pero finalmente pecadora. Santa es convertida en víctima del deseo que provoca y sus verdugos son todos los que pueden pagar por su compañía: “Más que sensual apetito, parecía una ansia de estrujar, destruir y enfermar esa carne sabrosa y picante que no se rehusaba ni defendía; carne de extravío y de infamia, cuya dueña, y juzgando piadosamente, pararía en el infierno” (75). ¿Qué tan piadoso puede ser un juicio que resuelve sentenciar a alguien al infierno?
El cristianismo se enfrenta al paganismo, dentro de la novela, en otra oposición simplista que los ubica como extremos. El mundo cristiano ha desterrado a las prostitutas, cuya labor sólo fue sacralizada por el paganismo: “Las prostitutas estaban en contacto con lo sagrado, residían en lugares también consagrados; y ellas mismas tenían un carácter sagrado análogo al sacerdotal” (Bataille, 139). Federico Gamboa no desaprovecha la oportunidad de presentar la prostitución como una profesión alejada del cristianismo, dentro del ámbito de lo “malo” y lo prohibido acentuando la hegemonía católica en detrimento del paganismo. En un contexto carnavalesco, Gamboa describe al baile de disfraces como el reverso del mundo cristiano en donde las prostitutas establecen su dominio: “Tales bailes les representaban su reinado: unas cuantas horas de unas cuantas noches en cada año […] Tales bailes reproducen las lupercales a Pan, el dios cornudo y de pezuñas de cabro, tañedor de la flauta pastoril y regulador de las danzas de ninfas” (215). Este ser cornudo y con pezuñas no es otro sino Satanás; de manera que las prostitutas se describen indirectamente como sus servidoras.
La piedad cristiana en la novela se establece a través de la presentación de Santa como una víctima. El engaño inicial que la lleva a perder su virginidad la hace víctima ya desde el segundo capítulo. Una de los argumentos más efectivas del cristianismo es la posibilidad de ser perdonado, Gamboa supo construir la novela para generar conmiseración hacia Santa. Sin embargo, el proceso de perdón para un pecador, según el catolicismo, implica: la aceptación del pecado, el arrepentimiento y cierto sacrificio o sufrimiento.
El autor le concede a Santa un “corazón y una conciencia” (121) y la aceptación del pecado viene dada a raíz de la muerte de la madre. Santa se avergüenza ante sus hermanos quienes la buscan para comunicarle el deceso y comienza a construir mentalmente una vida diferente: “bordando el plan de toda una existencia de arrepentimiento y enmienda, con la que se regeneraría poquito a poco, mucho más despacio que cuando se envileciera, pero lográndolo al cabo por remate a sus empeños” (125). Pero Santa no busca aún el perdón, se interesa en regenerarse y vivir de otra manera.
En esa búsqueda endeble de la regeneración, Santa entra a la iglesia siguiendo un impulso de orar. Sin embargo, también de la iglesia fue expulsada por el sacristán siguiendo las órdenes de las damas “principalísimas” allí presentes (128) quienes la reconocieron de inmediato. Las intenciones de Santa para regenerarse cayeron a plomo. La sociedad no la aceptaría de vuelta y desde el capítulo cuarto en donde esto se narra, Santa acepta su perdición y su pecado.
El sufrimiento comenzó siendo físico, desde la primera vez que Santa enferma después de haber dejado al Jarameño. Después se acentúa en un paralelismo de humillación y enfermedad a partir de haberse hecho alcohólica. Después de abandonar la casa de Rubio, Santa se permite otro momento erótico con un estudiante que la idolatraba. Ese gozo perfecto le restituye por una noche su dignidad a la vez que le otorga placer. Después de eso Santa pierde su reinado, enferma, se alcoholiza y empobrece.
Habiendo aceptado el pecado y sufrido las consecuencias de la prostitución, Santa da indicios de arrepentimiento. Llegado al punto más bajo de la miseria y la humillación, Hipólito le ofrece compartir sus vidas. La felicidad encontrada con Hipólito es efímera, sin embargo. Santa se da cuenta de que morirá pronto justo cuando comenzaba a regenerarse. No puede decirse que era ya demasiado tarde porque la obra no propone jamás la posibilidad de regeneración. Santa heredó “genes de muy vieja lascivia” (76) que predisponen un único fin, el que desde el inicio se nos adelanta: “¿Que dónde finalizaría con semejante vida?... ¡pues en el hospital y en el cementerio, puerto inevitable y postrero en el que por igual fondeamos justos y pecadores! (77).
El perdón cristiano sólo puede darlo Dios. Sin embargo, como se apuntó arriba, Gamboa deja claro que Santa irá al infierno y las atribuciones divinas que aparentemente no se toma al hacer juicios aquí se enfatizan en la condena a su personaje. Gamboa expone un determinismo muy crudo que no permite ningún rango de acción. Santa está enferma de lascivia, un pecado considerado como patología. La enfermedad es la “maldad” por ser destructiva, pero no es “mala” en sí, como explica Peter Simpson:
As bad in this sense is opposed to good as perfect, so bad in the sense of destructive is opposed to good as perfective […] But in each case the destructive agent is destructive because it is realizing its own good […] by doing this, it destroys, at the same time, the good of another (161)
De acuerdo con este autor, todo en la naturaleza se potencializa hacia una búsqueda de lo bueno para sí. El determinismo para Santa es la tendencia hacia el erotismo: el sexo con un fin en sí mismo. El “bien” que esto le produce es un beneficio individual que cada vez la separa más de la sociedad. Según lo que expone Simpson, el “bien” para Santa es contradictorio, ya que la destruye y finalmente la mata. Sin embargo, en la etapa final de su degradación, cuando Santa se prostituye sólo por necesidad, ya no hay cabida para el erotismo. El sexo vuelve a tener la finalidad de preservar la vida, aunque en este caso es la propia (la vida de Santa), al convertirse en el único medio de subsistencia. Santa continúa funcionando en un esquema individual, el bien no es social.
El erotismo, como tal, se da en tanto el sexo no busque una finalidad ajena a sí mismo. La lascivia que hereda Santa y que la condena desde antes de “pecar” deja de manifestarse después del encuentro con el estudiante. Pero Santa era ya incapaz de reincorporarse a la sociedad en la cual no desempeñaba ninguno de los patrones de conducta establecidos para las mujeres: ya no era hija ni hermana, no fue madre pues abortó y tampoco pudo ser esposa. El intento final de vivir con Hipólito es más bien una reclusión, un refugio fuera de la sociedad en compañía de otro ser marginal.
Sin embargo, Santa no muere resignada a condenarse. La ciencia no puede salvarla y es aquí en donde Gamboa se demuestra más fervientemente católico. Santa muere demostrando que aún cuando se conocía su patología física y el procedimiento a seguir, su salvación sólo podía ser divina: a través del perdón. Así lo establece Gamboa desde el epígrafe puesto en voz de Santa “ya verás cómo, aunque te convenzas de que fui culpable, de sólo oírla [su historia] llorarás conmigo. Ya verás cómo me perdonas, ¡oh, estoy segura, lo mismo que lo estoy de que me ha perdonado Dios!” (12).
El positivismo influye en Gamboa con las reservas de su religión. El resultado literario es un naturalismo moralista que persigue el fortalecimiento de la hegemonía. Santa se construye con una intención expositiva pero Gamboa no escatima en la generación de juicios morales. Sin importar todas las aparentes decisiones tomadas por el personaje que la llevan a la continua degradación, todo el proceso podría simplificarse desde que el narrador revela el dato genético de lascivia en Santa. El determinismo le sirve a Gamboa para generar empatía por su personaje ya que la “causa primera”, como diría Claude Bernard, es externa a la voluntad del personaje. Gamboa parece afirmar que Santa podría ser cualquiera, y reforzar la idea que se deduce de Bernard de que todos estamos enfermos en distintos grados.


BIBLIOGRAFÍA



1. Bataille, Georges. El erotismo. México D.F: Tusquets, 2005.
2. Bernard, Claude. Introducción al estudio de la medicina experimental. México D.F: UNAM, 1960.
3. Gamboa, Federico. Santa. México D.F: Grijalbo, 1992.
4. García, Ma. Guadalupe. El naturalismo en México. México D.F: UNAM, 1997.
5. Hooker, Alexander. La novela de Federico Gamboa. Madrid: Plaza Mayor, 1971.
6. Simpson, Meter. Goodness and Nature, a defense of ethical naturalism. Dordrecht: Martinus Nijhoff publishers, 1987.
7. Treviño, Blanca Estela. “Santa, millonésima en el dolor y en el placer” Los universitarios Págs. 14-18. Nov. 29, 2005 http://www.ejournal.unam.mx/losuniversitarios/028/UNI02804.pdf>.