jueves, diciembre 30, 2004


de cerca Posted by Hello

La crítica literaria y su lectura

La singular predilección humana por analizar, categorizar y finalmente generalizar una “gran verdad” desprendida de cualquier objeto cognoscible nos ha llevado por senderos extraños y misteriosos. En pleno siglo XXI creo que podríamos decir que lo único seguro es que hay un límite para cualquier análisis, incluso en aquellos ámbitos en donde hemos creído encontrar certeza, como en la ciencia; la física por ejemplo, ha tenido que acercarse a la filosofía para intentar explicar aquellos “huecos” de material ignorado. Uno de los rasgos que caracteriza a la post-modernidad es el énfasis en el análisis de la creación humana (todo aquello a lo que podamos anteponer el prefijo “meta-“) sin embargo, parece que el vuelco interno del objeto de estudio ha quedado en una mera reflexión que, aunque interesante, no ha podido aportar conclusiones.
La crítica literaria es ejemplo claro de este tipo de análisis que nos llena de propuestas, terminología estrambótica y posibilidades literarias hipotéticas. Para hablar de las teorías literarias debe hacerse con base en la firme convicción de que sus particulares intenciones son válidas; al menos debemos poder contestar a la pregunta ¿porqué es necesaria la Crítica literaria? En ocasiones, la teoría me ha llegado a parecer una soberbia demostración de cómo alguien es capaz de leer “mejor” a cierto autor, dígase Proust, por ejemplo, como si existiera una sola forma de leer a Proust y como si el resto fueran solo “intentos” incorrectos de lectura. Otras veces he intentado creer que una determinada teoría me facilitaría la lectura de alguna obra pero una consideración de este tipo me llevaría, por ejemplo, a prestar demasiada atención a la alimentación de los personajes de El Quijote para encontrar el “Sentido histórico-literario del jamón y del tocino” que para Américo Castro resultó de tanta importancia.
He llegado a concluir que la finalidad para la crítica literaria, de haberla, está en sí misma. Ésta es una de las muchas tautologías con las que me he encontrado al estudiar a la literatura. Tenemos que aceptar que si ya es difícil encontrar lectores para obras literarias mucho más difícil resulta que los haya para su crítica, de tal manera que parece evidente que la crítica es una especie de “disciplina para los iniciados”. Dentro del micro-cosmos literario las teorías críticas pudieran resultar útiles para la generación de más teorías pero si seguimos por este camino, el resultado lógico será el de considerar a la crítica como un nuevo género literario ya que gradualmente nos iremos olvidando de su objeto de estudio –la obra literaria— para concentrarnos sólo en la teoría.
Antoine Compagnon en Le Demon de la théorie reprocha la falta de sentido común en todas las teorías literarias:

C’est l’anatgonisme perpétuel de la théorie et du sens commun que j’ai tenté de décrire, leur duel sur le terrain des premiers éléments de la littérature. L’offensive de la théorie contre le sens commun se retourne contre elle, et elle échoue d’autant plus à passer de la critique à la science, à substituer au sens commun des concepts positivs, que, face à cette hydre, les théories prolifèrent, s’affrontent entre elles au risque de perdre de vue la littérature elle-même.
[1]

El hecho de que la crítica pueda alejarse de su objeto de estudio es presentado casi siempre como un gran problema. Sin embargo me parece que no hay escape ya que desde el momento en el que se analiza a la crítica con una visión crítica (aquí sí vale la redundancia) se le está otorgando la categoría de género, en cierta forma, lo cual me parece muy útil para evitar la tautología. Al hablar sobre la crítica lo hago de igual manera que si estuviera estudiando cualquier otro texto literario; al menos para este trabajo el tratamiento a las teorías literarias será bajo esa perspectiva.
Me parece muy atinada la exigencia que hace Compagnon de un poco de sentido común para la crítica literaria y reconozco que jamás me he visto en la feliz ocasión de encontrar una teoría perfecta para ninguna de las obras que he estudiado. Sin embargo el hecho de que la crítica se aleje de la ciencia no la invalida como actividad de análisis; si bien nada se ha establecido como mecanismo crítico único, universal y permanente no por ello debemos ignorar aquellas teorías que lo han intentado. Aquello que juzgo valioso en las teorías literarias es precisamente su falta de rigor científico
[2]. Para mí, una crítica no debe “establecer” nada en absoluto; debe proponer y dar pauta a la reflexión en el lector pero jamás debe pretender que puede esperarse que éste realice determinada lectura.
Estoy consciente de que al decir que es imposible que la crítica alcance el estatuto de Ciencia estoy haciendo añicos las pretensiones de muchas teorías, sobre todo de aquellas que se desarrollaron a mediados del siglo XX. Sin embargo considero que la gran producción de material crítico nos permite y de hecho exige, entrando al siglo XXI realizar un análisis crítico sobre la crítica. Incluso de manera involuntaria se ha convertido en práctica común ya que desde el momento en el que nos vemos en la necesidad de modificar una teoría para que cuadre al análisis de un texto determinado estamos haciendo una crítica sobre esa teoría. Al analizar un texto, el crítico pone sobre la balanza muchas teorías literarias para elegir aquellos elementos que mejor convienen para el texto en cuestión. Al parecer siempre que se utiliza una determinada teoría literaria nos vemos obligados a adaptarla, y en muchos casos incluso a mezclarla con otras para que funcione en el texto analizado, de manera que el crítico está constantemente probando y evaluando el mecanismo de muchas teorías y, por tanto, aún cuan se trate de un análisis a un texto literario, en un nivel más profundo podemos decir que se está generando la crítica de la crítica.
Aquellas teorías desarrolladas a mediados del siglo XX son las que en mayor medida nos ocupan, ya que es a partir de ellas que se da importancia a nociones indispensables al hablar de literatura, como son: autor, texto, valor, intención, lenguaje, estímulo, etc. Dependiendo de la teoría a la que se aluda, estos términos son tratados bajo jerarquías y ópticas distintas y, por supuesto, con nombres diferentes también. El crítico busca en el corpus teórico aquel modelo cuyo tratamiento de dichas nociones sea más conveniente para su análisis.
Sin importar la perspectiva desde la cual determinada teoría observe al texto, la pretensión indistinta es la de esclarecer aquello que no está del todo evidente dentro del texto. Para ello la crítica puede centrarse en distintos elementos que conforman el fenómeno literario pero me parece que el factor en mayor medida considerado es el lector. Durante el siglo XIX y principios del XX predominó la crítica de interpretación o de intención; este tipo de crítica, hoy considerada “romántica” o bien “impresionista” centraba su interés en la figura del autor. Una obra representaba en mayor o menor medida la vida de su autor, sus experiencias, sus tragedias personales e incluso (en el caso de las críticas freudianas) sus “pulsiones inconscientes”. Aún en estos casos, me atrevo a decir que la atención estuvo siempre en el lector. Incluso cuando la atención esté centrada en el aspecto “personal” (de un diario o algo así) siempre se tiene en mente al lector. De igual manera sucede con las teorías literarias, en un análisis de ellas como obra literaria, no importa en dónde ubiquen su foco: para hablar de ellas siempre debemos considerar el tipo de lector al cual está dirigida la teoría.
Un ejemplo de lo anterior podemos encontrarlo en las lecturas medievales de obras de autores gentiles, como Homero, Ovidio y Virgilio. Se intentó re-codificar a muchas de tales obras bajo un signo cristiano. Se puso el acento sobre la temática (aunque transformada) y un poco sobre la intención de cada autor. Un análisis de este tipo no puede entenderse si no se toma en cuenta al lector al que iba dirigido: en este caso, un lector cristiano. Así mismo, al utilizar herramientas críticas de algún modelo dado, debemos especificar el tipo de lector al que va dirigido. A grandes rasgos podemos decir que todos los modelos críticos se dirigen a un lector mucho más especializado en literatura que aquel que se requiere para un texto literario. En primer lugar, si la teoría se fundamenta en cierto texto, el lector debe conocerlo. A demás el lector debe ser capaz de reconocer las alusiones a otros modelos de análisis que por lo general se incluyen en cualquier teoría. Dependiendo del modelo que se emplee, se sumaran más características para definir el lector al cual van dirigidas pero las dos anteriores están casi siempre presentes.
Otro elemento que es tratado constantemente en cualquier teoría es el de “literariedad”. Cualquier teoría literaria intenta dar una definición a la literatura. Para ello, es casi forzoso que se recurra al dicho término o bien a algún otro equivalente que mencione aquello que podemos entender como literario. La teoría formal y estructuralista basa sus conceptos en gran medida en aquellos de la lingüística. La literatura para ellos es un conjunto de elementos organizados en un sistema de tal manera que la tarea del crítico es descifrar dicho sistema para encontrar la estructura regente. Este tipo de análisis pretende hacernos creer que toda obra funciona por medio de una especie de mecanismo intrínseco que la convierte en una gran unidad de significado. La estructura no debe dejar cabos sueltos porque todo es, en teoría, parte del gran engranaje. Sobra decir que en la mayoría de los casos, el corsé estructural queda demasiado apretado para abarcar la obra en su totalidad. El estudioso debe, entonces, adaptar su crítica (limitarla) a aquello que sí cabe dentro de la estructura propuesta. Es muy sencillo argumentar que el análisis que no abarque toda la obra está mal desarrollado, pero mientras no podamos asegurar que existe algún crítico capaz de tomar una obra al azar y lograr que esta teoría funcione, al menos yo no podré creer en ella ya que sus pretensiones establecen que esto debiera ser posible.
Sin embargo, considero que el análisis estructural del texto fue necesario dentro de la historia de la crítica literaria como un parte-aguas extremo y fulminante respecto a la crítica anterior. Hasta entonces todavía predominaba la noción romántica sobre la literatura en donde la figura central era el autor, como ya mencioné arriba. Uno de los grandes reproches modernos a la crítica decimonónica va dirigido contra la tendencia de sus críticos por perderse en la obra estudiada y terminar casi por realizar otra obra literaria tomando sólo como pretexto a aquella en cuestión. El interés estaba sobretodo en el proceso de creación literaria y no tanto en el objeto creado (la obra). No creo que para establecer un punto de vista haya que desacreditar al resto, sin embargo no me parece que la crítica de interpretación, romántica, contextual, etc. logre decirnos algo sobre cualquier texto. Creo que son análisis muy legibles e incluso entretenidos pero deben leerse como literatura y no como crítica.
Pero ¿Cómo reconocemos a un texto de análisis cualquiera como Teoría literaria? Esa sea quizá la nueva pregunta en un estudio sobre la crítica que sustituya aquella, más simple de ¿cómo reconocer que un texto es literario? Tal vez la respuesta de la primera pregunta sea similar a la que yo puedo dar para la segunda: un consenso social determina aquello que es literario de acuerdo al uso que le da al texto, de la misma forma que un contexto literario determina aquello que es teoría literaria según sea o no aplicable (aunque sólo en potencia). Es verdad que una respuesta como esa no nos lleva muy lejos y vuelve a centrar la atención en un elemento casi “subjetivo” y lo suficientemente abstracto como para no poder establecer ningún criterio de clasificación que distinga entre obras que son teoría literaria y aquellas que no. Cada “consenso” social es, por supuesto, variable y distinto según región, cultura, religión, etc. ¿Y aún así nos empeñamos en creer que podemos elaborar un aparato crítico válido para todos los textos literarios, existentes y posibles?
Para determinar aquello que puede tratarse o no como crítica literaria es necesario esclarecer la diferencia entre “teoría literaria” y “crítica literaria”; hasta aquí me he referido a los métodos de análisis literario con ambos conceptos. Entendemos por “teoría” cualquier postulado con argumentos sustentados pero que no ha logrado comprobarse por completo; en el caso de la literatura se trata bajo el nombre de “teoría literaria” a todos aquellos métodos que aún cuando hayan funcionado en el texto que los ejemplifica no han podido establecer sus ideas como “leyes” en el sentido científico. La crítica, según entiendo es la aplicación del método propuesto en una obra determinada (en el texto que lo ejemplifica).
No voy a intentar exponer aquello que considero más o menos útil o aplicable en cada una de las teorías. En todo caso tal vez lo único que se pueda aseverar sobre ellas, para mí al menos, sea el encanto de leerlas, muy cercano y similar al que experimento con la literatura. Cuando se me pregunta aquello que prefiero en un texto literario, es muy difícil responder y aun cuando pueda hacer alusión a algún elemento en específico no logro descifrar qué en él me llama la atención. Sé que no se trata de averiguar qué tan buena es una teoría de acuerdo a que tan próxima esté a mis gustos literarios personales sin embargo, tal vez porque desde que comencé a acercarme a la crítica, su pretensión científica se me presentó como una tarea imposible, siempre la he visto como un género literario más.
Al analizar alguna obra literaria por lo general me preocupo por encontrar aquellos elementos que la ponen en relación con otras obras de la literatura o incluso de otras disciplinas artísticas. Para mi es fundamental que una obra marque cierta diferencia con respecto a las demás adquiriendo una personalidad propia que la distinga. La literatura para mí es una especie de ensayo de realidades en donde podemos asignar valores arbitrariamente, estudiar posibilidades de orden o bien de caos. Lo mismo busco en una teoría literaria. Es suficiente con decir que hay más de una para empezar a sospechar de la imposibilidad de considerarla como ciencia. El estudio de una obra no debería de ser bajo la intención de generar un significado único para cada caso; no estoy diciendo que la teoría literaria debiera desaparecer; tal vez lo que hace falta sea dejar de pretender que una obra puede fijarse bajo un criterio único para entender que si bien se pueden establecer puntos de vista perfectamente argumentados y muy razonables éstos no tienen garantías exclusivas ni duración perpetua. A mi manera de ver, la teoría literaria es también creación literaria y por tanto no debe regirse ni valorarse de acuerdo con su utilidad.
La crítica debe ser vista como parte del fenómeno literario. La supuesta “finalidad” de la crítica es muy problemática; si se postula que su intención es la de establecer una base científica que ayude a los lectores a conocer mejor la obra debemos considerar lo siguiente: cualquier obra literaria apela en gran medida a la sensibilidad (subjetiva) de cada lector, la crítica literaria, por el contrario, alude a la racionalidad (a través de la objetividad científica) en el lector. De lo anterior podemos inferir que si a la crítica le interesa todo cuanto no es emotivo en una obra entonces los lectores buscados por la crítica son otros distintos a los que busca la literatura. ¿Cómo puede la crítica ampliar el conocimiento de una obra de arte (literaria) para lectores que no la van a leer como obra de arte?
Personalmente, para darle mediana solución al problema de la intención crítica, me he decidido por sustituir la idea de un quehacer “objetivo y científico” para hablar de la crítica como un “arte de ingenio”. De acuerdo con La real academia, ingenio es: Facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad //Intuición, entendimiento, facultades poéticas y creadoras. // Industria, maña y artificio de alguien para conseguir lo que desea. De estas tres definiciones me quedo con la última.
En el ensayo crítico sobre el cuento de Maupassant “Dos amigos”, Greimas establece oposiciones sobre muchas cosas, por ejemplo: arriba/abajo; guerra/paz; muerte/vida, etc. Posteriormente encuentra elementos en el texto que corresponden con los 4 elementos típicos con la siguiente asociación: tierra-montaña, agua-río, fuego-el sol y, aire. Le asigna un valor a cada elemento de acuerdo con la oposición vida/muerte. También hace una lectura cristiana con base en la figura que forman los dos cuerpos al caer (la de una cruz). En fin, todo lo anterior está perfectamente explicado y argumentado y sin embargo para mí no es otra cosa que una perfecta demostración de ingenio.
El ingenio en obras críticas se dirige al intelecto del lector, es requisito activar muchas herramientas intelectuales para seguir el razonamiento del crítico. Pero el principal motivo por el cual me refiero a la crítica como arte de ingenio y no como ciencia es porque una crítica convence mientras que la ciencia demuestra. La crítica tiene como principal herramienta al lenguaje, pero no sólo eso; la mayor producción crítica es occidental y la mayoría de estos críticos comparten la misma tradición escolástica de la función retórica clásica del lenguaje. Toda crítica es un artificio y, por tanto, una ficción.
La ciencia ficción, en su momento, se presentó como un análisis muy científico de aquello que nos esperaba en el futuro. Nos presenta pronósticos sustentados en el desarrollo y la evolución humana hasta ahora y establece proyecciones de acuerdo a ello: no en muchos casos coinciden con la realidad una vez que se llega al año que era visto como “futuro”. Lo mismo sucede con la pretensión de la crítica literaria, pero su comprobación es imposible. La ciencia ficción puede tener fecha de caducidad (como Odisea 2001, por ejemplo) pero la “ciencia” literaria no ha podido siquiera fijar un consenso de lectura de una sola obra. Basta con observar la kilométrica lista de Cervantistas, muchos de ellos han logrado generar teorías muy convincentes y fundamentadas en la obra pero, para hacerlo, han tenido que explicar en primer lugar de qué forma han leído El Quijote. De manera que, por lo general, un lector de cualquier obra no está preparado para comprender la crítica de la misma con solo haber leído dicha obra. Aún cuando logren coincidir la lectura del crítico de alguna obra con la lectura de la misma obra de aquel quien lea la crítica no podríamos hablar de “ciencia”, sería necesario que la coincidencia fuera universal, las leyes científicas se forman con elementos universales.
Por otro lado, suponiendo que la teoría literaria lograra su cometido, que pudiéramos encontrar la forma de abrir caminos de interpretación de acuerdo a métodos universales para todas las obras (incluso El Quijote, o el Ulises de Joyce, o Paradiso de Lezama Lima) ¿Cuál sería su uso? ¿De qué manera nos ayudaría a disfrutar más una obra literaria? De acuerdo con Proust: “une ouevre òu il y a des théories est comme un objet sur lequel on laisse la marque du prix” (Le temps retrouvé, pág. 461). En efecto, parte del placer de leer una obra tiene que ver con todas nuestras dudas al respecto de sus múltiples significados; en lo personal, la obra literaria debe producirme curiosidad, expectativas, y sobre todo, debe permitirme varias posibilidades de resolverlas una vez terminada la lectura.
Volviendo a la pregunta que hice al principio, ¿Para qué es necesaria la Crítica literaria? Encuentro para mi personal beneplácito que para nada. No tengo que definirla según un criterio de utilidad, ni debo atender a su aplicación para afirmar que me produce curiosidad, expectativas y que al final me abre distintas posibilidades para resolverlas. De manera que para mí es suficiente con que propongan líneas de reflexión sobre cualquier obra lo suficientemente razonables como para hacerme dudar (ya que por lo general mis lecturas van en otra dirección).
La otra pregunta importante era ¿Cómo reconocemos a un texto de análisis cualquiera como Teoría literaria? Aún cuando no reconozco elementos suficientes en la Teoría literaria como para creer que puede llegar a ser una ciencia, para determinar si un análisis es o no es Teoría literaria éste debe tener pretensiones científicas. Finalmente no importa tanto la intención explícita de los críticos de hacer ciencia literaria; el problema que he venido señalando está en cómo leemos a la crítica. Me parece que cuando leemos análisis críticos o incluso algún método de teoría literaria, si lo hacemos buscando criterios universales o un significado que podamos fijar a la definición de literatura, fracasaremos. La literatura es distinta para todos simplemente porque no todos hemos leído el mismo corpus de obras, pero aún cuando fuera así la experiencia en la lectura sería distinta en todos los casos. De pronto uno se siente tentado a encontrar “hermandad” de lecturas en obras tan gigantes y mundialmente leídas como El Quijote y nos emocionamos creyendo que todo aquel que lo haya leído comprenderá nuestra manera de ver a la literatura, pero las lecturas de una sola obra disparan resultados muy distintos, aunque no por ello dejan de ser válidas. De la misma forma en la que podemos seguir disfrutando de los relatos mitológicos sabiendo que han perdido su status de religión, así podemos enriquecer nuestra reflexión literaria con la Crítica, aún cuando haya perdido credibilidad como Ciencia. En ambos casos, es importante que el creador en su momento haya creído en aquello que describe, es por ello que considero que la Teoría literaria debe tener pretensiones científicas aún cuando leer Teoría literaria no debe limitarse a la perspectiva de la ciencia. Aunque esta lectura también sea válida creo que llevaría a la caducidad a muchas críticas según se vayan descartando como ciencia (servirán tal vez sólo como ejemplo).
El estudio científico de una creación humana tiene como finalidad implícita ampliar el conocimiento sobre nosotros mismos: ¿qué tan objetivos podemos ser al respecto? Aún cuando la atención haya dejado de centrarse en la intención del autor de una obra literaria con justificaciones científicas de referirse sólo a lo comprobable, no podemos negar que el texto funciona de según esquemas psíquicos e intelectuales humanos. La literatura es un producto del pensamiento y del sentir humanos; sobre esas áreas no ha habido tecnología ni ciencia capaz de demostrar nada en absoluto.


BIBLIOGRAFÍA

Compagnon, Antoine. Le demon de la théorie – Littérature et sens commun, Éditions du Seuil, Francia, 1998.
Roger, Jérôme. La critique littéraire, Dunod, Paris, 1997.
Osterc, Ludovik. Breve antología crítica del cervantismo, Ediciones del equilibrista, UNAM, México, 1992.
Greimas. Ejercicios prácticos de semiótica.
Bachelard. Poética del espacio.
Proust, Marcel. Le temps retrouvé, Le livre du poche-Librairie générale franVaise, 1992.
[1] Compagnon, pág. 306
[2] Como en Poética del espacio, de Bachelard

Un ejemplo de lo que se siente estar lejos de ti:


When Two Are Parted

When two who love are parted,
They talk, as friend to friend,
Clasp hands and weep a little,
And sigh without an end.
We did not weep, my darling,

Not sigh "Why must this be...
"The tears, the sighs, the anguish
Came later - and to me.

-H. Heine

Policiacando


Podía sentir el calor creciente de su tabaco, consumiéndose en trayectoria hacia sus dedos. Disfrutaba cada fumada como si fuera la última, hacía mucho tiempo que no lograba juntar lo suficiente para una cajetilla. Se había convertido en un mendigo del vicio. Odiaba que la gente no lo mirara; odiaba abrir la puerta y conocer rostros sabiendo que para ellos era invisible. Sólo el tabaco le salvaba del tedio. El alcohol es otra historia, a ese hay que hablarle con respeto.
Del velador no había queja; era especialista en no llamar la atención: virtud y tragedia. Vivía como mosquito, pegado al foco de la caseta de vigilancia; el edificio era su casa, su pasado y su presente. Afuera nada existe, es un enorme vacío pavoroso. Uno podía encontrarlo en su puesto a cualquier hora, cuidando de día y bebiendo siempre de noche.
Finalmente tuvo que arrojar la colilla del tabaco, comenzaba a rasparle el humo del vicio regalado. El del 304 llevaba todo un mes regalándole cigarros; se estaba volviendo sospechoso. Hace tiempo que no lo visitaba la rubia de labios plásticos, al menos no había vuelto a verla desde aquella noche en que los oyó discutiendo de camino al ascensor. Nunca supo qué fue lo que pasó. Al día siguiente de dicha discusión, escucho a la del 302 quejándose por teléfono sobre los gritos nocturnos de la rubia. La oyó decir que había estado a punto de llamar a la policía.
Desde hacía tiempo se estaba haciendo evidente que el del 304 sólo pasaba unas cuantas horas a la semana en ese departamento. Para nadie era un misterio que la rubia llenaba los huecos en el corazón de un hombre casado. La del 302 se jactaba de haber conocido a la esposa, afirmándolo como si por ello fuese mejor persona, hablaba de ella como de una santa mujer consagrada al cuidado de los hijos abandonados. Por supuesto que no debemos olvidar que el marido de la del 302 hacía mucho que no se aparecía tampoco y para ella todo hombre era sinónimo de traición.
Después de regalarle el cigarro, el del 304 había salido en su auto. Lo más probable es que no regresara hasta la próxima semana. Dijo “buenas noches Don Eulalio, ¿gusta un delicado?” y a pesar de sospechar malas intenciones en ello, el velador aceptó el regalo. Cerca de las tres de la mañana comenzó a sentirse culpable. El cigarro regalado no era más que un soborno, y él lo sabía a pesar de que su mente se negaba a aceptarlo. El cigarro estaba destinado a cerrarle la boca; el velador sabía que no había vuelto a ver a la rubia y hasta ahora no había querido preguntarse sobre ella. Sabía que la noche de la discusión tampoco la había visto salir. Es cierto, había bebido esa noche pero lo recordaría. La rubia acostumbraba a guiñarle un ojo cada vez que lo veía, como si estuviera haciéndolo su cómplice en algo. Sintió el humo de la última fumada hasta su estómago. Tuvo que sentarse. Recordar a la rubia, a su guiño de ojos le trajo a la mente el sonido de su llanto aquella noche que discutían. Lo había olvidado pero ahora lo tenía muy claro: ella repetía una y otra vez que esa sería la última vez.
Algo tuvo que pasar en el 304. A él le correspondía averiguarlo y eso haría. Tomó sus llaves y se encamino por la escalera, no quería que nadie le viera y el ascensor siempre estaba ocupado. Cuando se acercaba ya al tercer piso escuchó que la entrada a las escaleras se cerraba con violencia. Se detuvo, y en el mismo instante en que iba a continuar su camino la luz se apagó.
Cuando llenó la solicitud para el empleo de velador no tuvo que exponer sus miedos (que eran muchos) a la obscuridad. No tuvo que hablarles de aquella ocasión en la que se quedó solo, olvidado y encerrado en cuatro paredes durante días. Era sólo un niño cuando su madre murió. Acostumbraba dejarlo encerrado en casa cada vez que ella salía. A nadie había contado la historia de ese jueves en el que su madre partió para jamás regresar.
El piso de abajo todavía tenía luz. El velador decidió regresar, su investigación tendría que hacerla de día. De bajada se topó con la del 302 quien iba de camino al acopio de basura. Le llamó la atención el enorme paquete que ella arrastraba a través del estacionamiento. Era una enorme caja humedecida en una esquina por un liquido marrón. “Buenas noches señora”, dijo el velador, “¿necesita ayuda?”. Ella se quedó mirándolo directamente a los ojos como tratando de descifrar esta sencilla pregunta “yo puedo sola” dijo, “jamás he necesitado a un hombre para nada”. Iba a dejar que se fuera pero recordó el asunto de la rubia y se animó a preguntar: “disculpe, usted recuerda a la rubia que visitaba al del 304?” La señora abandonó el paquete y se acercó lentamente hasta el velador, “esa pecadora merece ser olvidada por todos” y continuó con el arrastre de la gran caja.