jueves, julio 28, 2005

De ninguna manera se llega a Despina

Las calles cenizas de Despina se manchan con la sombra inusitada del olvido. Desierto amurallado e impenetrable, su imagen de agua es obscura, ridícula y sólo duplica la infamia de lo que aquí ha acontecido. Nadie muere en Despina porque nadie hay para morir, nadie habita ni respira el aire seco de sus ventanas cerradas.
Caminan ecos sobre el pavimento en Despina, ruidos ammarrados al cemento y yeso de sus casas.
Alguna vez paró un viajante su camello para observar sorprendido la lejana silueta de Despina. Entonces los faroles encendieron constelaciones de azucar y encajes; las calles y caminos rebotaron coros de terciopelo y todos los balcones se inventaron mujeres de cabello espeso y sonrisa eterna. Mientras se construian racimos de uvas y se fabricaban enredaderas trepadoras de paredes el viajante continuó su camino sin pisar la tierra infecunda de Despina.
La brisa del mar sólo trajo polvo para pegarse en el brillo de todas las cosas. Las mujeres se secaron sonrientes bajo los techos, aún batían pestañas y agitaban un saludo cada vez más repugnante. Su piel se acartonaba con cada minuto de silencio y todo el verde que levantó el suelo, antes ilusionado en la espera, se fermentó en veneno paralizante. Las ventanas, los caminos, las paredes antes blancas, se hicieron una sóla sombra, una sola espera desgastada.
A Despina se llega con los ojos cerrados y con mentiras. Todos los señalamientos llevan a Despina pero sólo puede entrar aquel quien no los haya seguido. Así la suerte de una ciudad parasitada por la indiferencia, al final es facil encontrar muchas ciudades como esta no hay nada especial en Despina, nada distinto, nada nuevo y nada que invite a quedarse.

lunes, julio 18, 2005

L'invitation au voyage

Un sistema maquiavélicamente compuesto por el mecanismo de la rutina me ha puesto en el ojo de un huracán familiar. Hoy soy la causante de desviar la ruta esperada para mis próximos 50 años de vida y no podrán perdonarme mi abrupta decisión de omitir cuestionamientos. Baudelaire nos enseña a buscar un opio personal e intrínseco que nos ayude como puerta de salida para cualquier encerramiento, sin embargo cuatro paredes son cuatro paredes. Mi cabeza flota como el globo que imagino cuando bailo, se separa de mi cuello como la revolución que encausa el gato risueño de Alicia. He buscado paralelismos todo el día pero la frustración me generó un dolor de cabeza, de esos que me dan arriba de la nuca.
Me peiné diferente y nadie lo notó, creo que ese era el punto pero no es lindo darme cuenta de pronto que ya nada podrá hacerme diferente. Esto es lo que soy (ego sum qui sum, o algo así). Concluyo que no me gustan las vacaciones, por breves que estas sean, no me gusta compartir espacios ni ser objeto del general escrutinio. No me gusta sentirme culpable por no tener hora fija para despertarme, detesto esperar a la gente a comer para luego verlos salir corriendo una vez que terminan como en una especie de rally... ¿y qué sigue? me pregunto... no respondo por vergüenza a aceptar que el día no está en mi control.
Intenté acordarme de Schumann pero ya no me gustó tanto. El largo descanso que le di a la Mazurka del Sr. Federico sirvió al menos para volver a sorprenderme con ella. Todo se resume en tedio pero hoy no puedo justificarlo. Los aros de humo no menguaron mi ansiedad y me doy cuenta de que me siento exactamente igual a cuando era niña: encerrada por un día lluvioso traducido, en este caso, a un encierro por motivos de escacés pecuniaria.
Buscaré el opio durante un rato más pero no prometo nada. Lo probable es que continue este involuntario letargo que parece haber durado ya toda mi vida.

domingo, julio 17, 2005

reposo auditivo

Una pausa tapatía hizo que mis oídos prefirieran el equivalente al "blanco y negro". Me fue difícil negarme a imitar el muy poblano acento de mis acompañantes y su excesivo interés por un vestido azul-agua que aparentemente vieron en la misma tienda; se mostraron tan sorprendidas por compartir tal vivencia que me hicieron sentir ajena a su pequeño círculo de iniciadas en esto del despilfarre patrocinado por "papá".
Escuchar a la terapeuta-bailarina hablar de libertad me llenó los ojos de sueño mientras de mis labios salían posibles interpretaciones de lo que tal noción significaba para mí (como si pudiera hablar de esto). Fue enriquecedor darme cuenta de mi hasta hoy oculta habilidad para mezclarme, para hablar de consultoría, pedagogía, ballet, noviazgos y vestidos azul-agua sin siquiera abrir la boca. Una vez más concluyo que la gente aprecia más a alguien que sabe escuchar.
Regresé con ganas de empezar algo, cualquier cosa. Para ello, me parece coherente buscar raíces en todo lo que me ha gustado de mi estancia por esta dimensión espacio-temporal. Retrocedo para tomar vuelo y a ver dónde termino.

jueves, julio 07, 2005

Narciso

Estaba como encogida en esa silla plástica. La espalda pegada al respaldo entre el sudor y el sol. Caminaban las palomas con el cinismo de ser una peste incontrolable. Busqué un sombrero obscuro, una pluma en la solapa, un caminar derretido. Mis ojos en los charcos se duplican, pierden brillo y me parezco a la mujer de ayer bajo el paraguas: sin rostro y con prisa.
Caminaba por el borde de la banqueta, amarillo prohibitivo. Había crustáceos en el menú colgado de aquella puerta. Me sonrojé al descubrir que alguien había puesto mi nombre a un platillo (menos mal que era un filete y no algo tan desagradable como un caldo). Tomé la publicidad de manos del repartidor, no necesito que reparen mi refri. Levanté la vista hacia el otro extremo de la calle y justo en ese momento encontré la mirada.
Fija, transparente, hecha de agua filtrada en piedras. Tu parpadear espantó a las palomas pero tuvo efecto contrario conmigo. No dejo de verte. No puedo dejar de verte. El aire se aligeró, por un breve instante podría jurar que brotó neblina de las alcantarillas para bloquear cualquier otra imagen aparte de ti. Aparición, frío insomnio, canela para mi lengua.
El día cerró mis ojos, por eso supe que estabas ahí. Caminabas igual que yo. También debió dolerte la espalda a juzgar por tu andar. Tus labios también se entreabrieron. Estabamos tarareando a Alberti con la música que le puse.
Sólido, traslúcido y reflejante. Me parezco al vidrio que me saludó ahí enfrente. Agua filtrada en piedras, tu mirada. Tus ojos son también los míos.