El recurso de la madrugada
Entra el ruido rompiendo las telarañas de mis oídos. Esdrújulas coronadas con intención desangelada. Varias veces he intentado desescuchar los taconeos de la vecina de arriba, la alarma del estacionamiento y la prosaica anunciación del camión del gas... pero se impone. Justo cuando una cree que el café no puede saber mejor, que la siesta de la tarde puede llegar incluso hasta el día siguiente, que el ligero golpeteo de la lluvia lleva un ritmo crujiente; no veo, pero no tengo que hacerlo. Y recuerdo que es domingo, y que mañana es lunes, y que no he calificado nada y que no quiero hacerlo y que el cursor parpadea señalando mi falta de creatividad y vuelvo a escribir aquí como si hacerlo me quitara un poco de culpa pero no me la quita, me regresa una cansada pantalla blanca, letárgica y retardada; ya no hay vino, sólo mi acelerado pulso de domingo en la noche, en el umbral, en el límite.
Pero me gustan los lunes. Algunos. Esos que empiezan húmedos y huecos pero se van llenando de gente. Esos que me despiertan sin alarma y con noticieros; los que toman de la mano al resto de la semana haciéndola una redonda espera de otro domingo. Con un continuo preguntarse sobre el día siguiente, con una duda que persiste en señalar a la madrugada como mi único recurso. Siempre hay horas, siempre alcanza. Pero no parece.