48 horas
Otra boda. Esta vez nos acomodaron en una especie de rancho desperdigado en una zona boscosa de Hidalgo. Un acontecimiento veraniego para el cual no supe emplear mis afamadas artes del buen vestir (¡ja!) y terminé enrredándome al mantel para evitar la hipotermia. El espectáculo de honrosas damas debatiéndose por el ramo fue sólo en poco superado por el danzón que bailé con mi tío. El rancho es un verdadero misterio; parece estar compitiendo directamente con Six Flags (antes Reino Aventura) ya que cuenta con "pueblo fantasma", "aldea india" y un ejercito oculto y misterioso de botargas enfiladas dentro de una bodega detrás de la alberca. Lo más curioso es que, según dicen, todo es privado... difícil de creer ¿no? Uno no podía darse abasto visual entre los esponjosos vestidos y los dromedarios, dálmatas (centenares) y la cruza de zebra con burro que corría libre entre la multitud.
Las rarezas del fin de semana culminaron con una visita a Teotihuacán..."¿porqué no? ya que estamos de paso". En el centro cúspide de la pirámide del sol, ahí donde todos ponemos nuestra mano para recargar energía, comenzó el discurso laudatorio del jefe. En esa mística actitud iniciamos el descenso, iluminados por la sacralidad del entorno... hasta que se nos mundanizó la bajadita con un chubasco y granizada que generó el pánico y el desorden entre los revitalizados visitantes del ceremonial paraje. Corrimos dejando las "huellas del pasado" atrás y aglomerándonos cual ganado para refugiarnos con la señora de las tortas y el de las chucherías coreanas.
El regreso estuvo enmarcado por la voz de mi sobrino cantando "melodía de amor" como si su existencia dependiera del volumen aplicado. En fin... todo es mejor que el Lunes.