jueves, abril 20, 2006

Mundo contingente e individuo problemático

Toda forma artística se define por la disonancia metafísica situada en el corazón de la vida, que ella acepta y estructura como base de una totalidad acabada en sí [...] Mundo contingente e individuo problemático son realidades que se condicionan una a la otra. Cuando el individuo no es problemático, sus fines le son dados con una evidencia inmediata y el mundo en que esos mismos fines han construido el edificio puede oponerle dificultades y obstáculos en la vía de su realización, pero sin jamás amenazarlo con un serio peligro interior. El peligro no aparece sino a partir del momento en que el mundo exterior ha perdido contacto con las ideas, cuando esas ideas devienen en el hombre hechos psíquicos subjetivos: ideales. Desde que las ideas son planteadas como inaccesibles y devienen, empíricamente hablando, irreales, desde que son cambiadas en ideales, la individualidad pierde el carácter inmediatamente orgánico que hacía de ella una realidad no problemática. Se ha convertido a sí misma en su propio fin, pues lo que le es esencial y hace de su vida una vida verdadera, lo descubre de ahora en adelante, en ella, no a título de posesión ni como fundamento de su existencia, sino como objeto de búsqueda. No obstante, el mundo que lo rodea no instaura sino otro substrato, otra materia de formas categoriales que fundan su mundo interior: hace falta, pues, que el abismo infranqueable entre el ser efectivo de la realidad y el deber ser del ideal --que no corresponde a la diferencia de materia sino a la diferencia de la estructura-- constituya la esencia misma del mundo exterior.

G. Lukacs, Teoría de la novela:"La forma interior de la novela".

martes, abril 11, 2006

La significación y el sentido

Exactamente como el lenguaje, la experiencia ya no aparece conformada con elementos aislados, alojados, en cierto modo, en un espacio euclidiano donde podrían exponerse, cada uno por su cuenta, directamente visibles, significando a partir de sí. Significan a partir del "mundo" y de la posición del que mira. [...] Pero las significaciones no están limitadas a ninguna región especial de objetos, no son el privilengio de ningún contenido. Surgen precísamente en la referencia de unos a otros --digámoslo anticipado ahora-- en la reunión del ser íntegro en torno al que habla o percibe y que, por otra parte, forma parte del ser reunido [...] La experiencia es una lectura, la comprehensión del sentido, una exégesis, una hermenéutica y no una intuición [...] La significación no es una modificación aportada a un contenido existente fuera de todo lenguaje. Todo permanece en un lenguaje o en un mundo, la estructura del mundo es semejante al orden del lenguaje con posibilidades que ningún diccionario puede establecer [...] En ningún momento habría habido allí nacimiento primero de la significación a partir de un ser sin significación y fuera de una posición histórica en la que se habla el lenguaje. Y es esto sin duda lo que se ha querido decir cuando se nos ha enseñado que el lenguaje es la morada del ser.

Emmanuel Levinas: Humanismo del otro hombre; "La significación y el sentido".

martes, abril 04, 2006

parafina

Estaba buscándote. Dentro del cajón encontré la mitad de una vela llorosa y tres cerillos en una caja de "la central". Sin luz se pueden hacer muy pocas cosas pero se podía hablar contigo, antes. Nunca te pareció cómodo recibir en tu sala, te veías diminuta rodeada por la inmensa concavidad de tu sillón rojo. Nosotras siempre nos sentamos en el comedor y yo podía preguntarte cualquier cosa. No logré aprenderme uno sólo de esos nombres con los que dabas legítimidad a tus relatos; para mí eran adorno y encaje de tu voz al igual que las frecuentes interrupciones que hacías para aclarar tu garganta. Nunca salí con sweater, a pesar de que siempre lo recomendabas; nunca me puse calcetines ni acepté probar tus "búlgaros". Te abrazaba muy poco. Te tuve muy poco.
La flama temblorosa delimita la anchura de mis pasos. Me conduzco con cuidado en la escalera. El mismo escalón rechina como siempre y yo vuelvo a asustarme. Olías a madera, a polvo de arroz teñido de rosa, al papel delgado que me prestabas para jugar con tu máquina de escribir (la que me regalaste en mis quince años). Una gota de parafina se adhiere a los zurcos microscópicos de mi huella digital; escurro un poco más de cera a lo largo de la palma de mi mano: la inmovilizo. El ardor no quema, se diluye en pequeños piquetes que alcanzan el punto más alto de mis orejas y el más bajo de mis talones. La piel deja de sentir por haber sentido demasiado, después de un punto ya no es ardor ni dolor, después de un rato puede ser placer y luego... un objeto que observo extraño, afuera y lejano.
Quise tomar el candelabro con un movimiento automático por familiar. La cera se craqueló dando luz a una piel rosada, adolorida: quemada. Mi mano dolía porque me hizo falta, dolió porque tuve que usarla; y pensé que ya no era mía.
Huele a madera, a polvo de arroz, a tinta enroscada en rollos negros, a lavanda, a mayo, a septiembre... siempre.