La lectura como constructora de una memoria ficcional en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro"l'apparition d'un présent, ce n'est pas l'effet qui sort de sa cause, c'est plutôt la cause qui se retire de ce qu'elle ne produit que par abandon"
Jean Puillon
(Temps et roman)
La novela es el género del tiempo por excelencia; lo construye, rememora, reconstituye y transforma. Para Maurice Merleau-Ponty, existir en el espacio conlleva una existencia temporal, por lo que en su Fenomenología de la percepción ha preferido designar un término combinado: espacio-tiempo. El desarrollo de la historia dentro de una novela puede presentarse en orden “cronológico” o bien apelar a la reconstrucción por parte del lector de una historia que se muestra “desordenada” a lo largo de la lectura. La concretización del tiempo en una novela viene determinada por el espacio y viceversa; la apelación al lector es distinta de acuerdo a la manera en la que esta dualidad se establezca.
Los recuerdos del porvenir de Elena Garro es una obra acerca de la percepción del tiempo. Ya desde el título se plantea una relación entre el pasado y el futuro que nada tiene que ver con la causalidad. El pasado no es algo que simplemente “queda atrás” como explicación de acontecimientos posteriores sino que continúa siendo vigente y más aún, como sucede en esta novela, sigue aconteciendo. Los recuerdos adquieren la validez de realidad; en la novela de Elena Garro, tenemos acceso a la historia a través de una instancia narrativa que hace las veces de memoria colectiva, es un agente testigo de lo que narra pero siempre a través de la evocación. Para la fenomenología, el sujeto que observa y experimenta al espacio-tiempo es parte de lo observado, por lo que interviene en ello y lo modifica de tal manera que una actitud enteramente objetiva es imposible.
El espacio-tiempo para Merleau-Ponty es un fluir continuo en donde el pasado no deja de manifestarse en el presente mientras que éste se proyecta hacia un futuro. El espacio-tiempo, también para Husserl, es dependiente del ser que lo experimenta, lo cual conlleva la noción implícita de “percepción”. Percibir es un acto situacional y relativo, su significación no vendrá, entonces, de la percepción debe, pues, antecederla. En palabras de Merleau-Ponty,
La significación de lo percibido no es más que una constelación de imágenes que empiezan a reaparecer sin razón alguna […] la significación de lo percibido, lejos de ser el resultado de una asociación, se presupone, por el contrario, en todas las asociaciones, ora se trate de la sinopsis de una figura presente, ora de la evocación de antiguas experiencias. (Fenomenología de la percepción, 37).
La idea husserliana de retención y propensión ilustra el papel de la memoria como un agente que da sentido al presente y le permite proyectarse hacia determinadas expectativas futuras. Pero el presente como tal es imposible de determinar más allá del acto continuo en el cual se efectúa la retención y la propensión. En este sentido, la realidad “presente” se convierte en una mera evocación al recuerdo, como apunta Merleau-Ponty:
En el momento en que la evocación de los recuerdos se hace posible, resulta ya superflua, pues el trabajo que de ella se espera está ya hecho. Lo mismo diríamos de este «color del recuerdo» (Gedichtnisfarbe) que, según otros psicólogos, acaba por sustituir al color presente de los objetos, de modo que nosotros los vemos «a través de los lentes» de la memoria. (42)
La memoria genera la realidad a la vez que la distorciona. Ésta, al igual que el “presente”, se nos escapa en el continuo fluir de la existencia y pasa a formar parte del cúmulo de retenciones que vamos recolectando. Durante el proceso de lectura, la obra literaria activa un mecanismo en el lector que funciona de manera similar al de retención y propensión, sin embargo existen ciertos “aspectos esquematizados” (de acuerdo con Roman Ingarden) que ya están dados por el texto mismo y que mediatizan la relación entre el lector y la obra literaria. Durante la lectura, el lector va creando propensiones (expectativas) que posteriormente se verifican o modifican a través de los esquemas inmersos en el texto pero también por medio de la actualización de los “espacios de indeterminación” que son, para Wolfgang Iser, los huecos que el texto deja abiertos para que el lector les de un significado dentro de la obra.
El inicio de Los recuerdos del porvenir plantea un primer hueco que deberá llenarse con la lectura: “Aquí estoy sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra” (11). A partir de ahí el lector va generando y cambiando sus expectativas de acuerdo a lo que va reteniendo de la lectura. A lo largo del primer capítulo se puede deducir que la instancia narrativa corresponde al pueblo mismo, Ixtepec, que narra acontecimientos pasados a través de la memoria reanimándolos: “Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme” (11). El pasado no termina, se reconstruye por el recuerdo desde un presente en ruinas y abandono.
Husserl elimina la dicotomía cartesiana ser-razón y propone la noción de un ser que es mundo, anterior a cualquier significación. Es un ser intencionado a las cosas del mundo, en continua y recíproca relación con ellas. La Historia, por tanto, no es un fenómeno estático y objetivo sino un fluir en co-dependencia de quien la experimenta y la recuerda. La instancia narrativa en Los recuerdos del porvenir, es la memoria viva del espacio, Ixtepec, una porción de mundo afectada por los seres que en ella habitan. Los recuerdos se contraponen al presente desde las primeras líneas; el lector asume que el relato será una analepsis, pero del presente desde donde se narra no se sabe nada hasta el final de la obra. Puede deducirse que el pueblo ha quedado abandonado y en ruinas, olvidado aunque recordándose constantemente.
Puede decirse que la instancia narrativa de esta novela es omonisciente, sin embargo lo es en un sentido muy peculiar. En primer lugar no se narra en tercera persona, sino en la primera del plural. Ixtepec es un “nosotros” que abarca al pueblo entero pero es, al mismo tiempo, un “nosotros” que excluye a los militares y a los zapatistas. Ixtepec es la gente que se conoce entre sí, las familias, los niños y en general todo poblador que opone resistencia a la ocupación militar. Se trata de un recurso narrativo que conjuga la idea de un espacio físico con el tiempo psíquico de la memoria colectiva.
A pesar de que esta instancia narrativa no aparenta ser una figura objetiva que sabe más sobre la historia que los personajes mismos, da cuenta de eventos olvidados por éstos y representa la memoria condenada a repetirse durante todo el tiempo que le toma a cada personaje el recordar, puesto en boca de Isabel Moncada, uno de los personajes: “tenemos dos memorias…Yo antes vivía en las dos y ahora sólo vivo en la que me recuerda lo que va a suceder” (251). Podría también hablarse de dos “presentes” para los personajes; uno, aparente, que crea el efecto de progresar en el tiempo y dos, el real, que sitúa toda acción en el recuerdo. En este sentido, la instancia narrativa está dotada de la misma información que cada uno de los personajes, pero éstos la han olvidado. Es por ello que resulta significativo que la historia se presente como una analepsis, el tiempo de la instancia narrativa es una realidad que se alcanza sólo hasta que el recuerdo ha sustituido efectivamente al presente para todos los personajes ya que la narración está a cargo de Ixtepec en general: “¿De dónde llegan las fechas y a dónde van? Viajan un año entero y con la precisión de una saeta se clavan en el día señalado, nos muestran un pasado, presente en el espacio, nos deslumbran y se apagan” (259).
Los personajes son dotados de vida por la causa exclusiva del recuerdo. Todos son “reanimados” desde el presente de la instancia narrativa en donde ya cada uno de ellos ha muerto. Los recuerdos del porvenir recuerda el recurso narrativo utilizado también por Juan Rulfo en Pedro Páramo donde Cómala, el pueblo, narra su historia a través de sus muertos. Los lectores de la obra de Rulfo no podrán evitar tenerla como referente al leer la novela de Elena Garro publicada siete años después (en 1962). Ambas obras están situadas en la época revolucionaria de México, sin embargo, el tiempo-espacio no se presenta como un dato concreto dado que en las dos es dependiente de la memoria. A pesar de que podrían realizarse lecturas centradas en el tema revolucionario la idea de un tiempo circular reanimado por una cierta memoria colectiva que eterniza lo narrado hace posible que un lector pueda pasar por alto con facilidad el tema de la revolución.
Ixtepec es un pueblo invadido por fuereños (militares), sometido a la voluntad caprichosa de un general enamorado sin ser correspondido; la narración da cuenta de la desintegración paulatina de una sociedad alterada por los acontecimientos de “afuera”. Ixtepec se presenta como el testigo máximo que legitima todos los acontecimientos al narrarlos y es dueño de la temporalidad que rige las vidas de sus habitantes. Es la consciencia del pasado y la garantía de un porvenir, es el espacio pero también el tiempo.
La ocupación militar de Ixtepec es un tema central en la novela. En la primera parte, los soldados constituyen un sector casi intocable. Ixtepec los observa siempre de lejos y sin atreverse a confrontarlos, pasara lo que pasara. Es un grupo al cual Julia, la “querida” del general Francisco Rosas, proporciona cohesión, los hace parecer casi ultrahumanos y lejanos de la población común. A manera de contraste, el texto nos presenta a la familia Moncada como representares del espíritu de Ixtepec.
En la segunda parte de la novela, después de la desaparición de Julia, la posición del pueblo con respecto a la ocupación militar cambia drásticamente hasta llegar al clímax en los capítulos VI, VII y VIII correspondientes a la narración de la fiesta de doña Carmen. El destino de Ixtepec está determinado por la unión insostenible y simbólica del general Rosas con Isabel Moncada: cada uno representante de mundos distintos.
Tanto el personaje de Julia como el de Isabel Moncada (a partir de que ésta se convierte en la “querida” del general Rosas) fungen como ejes narrativos que catalizan el porvenir de Ixtepec. Aún cuando la instancia narrativa es hasta cierto punto omnisciente, el texto reserva para estos dos personajes un halo de misterio que permite la generación de hipótesis por parte del lector. Aún cuando el general Francisco Rosas no forma parte de la sociedad de Ixtepec, el narrador es capaz de relatar incluso sus pensamientos, al contrario de lo que sucede con los dos personajes femeninos mencionados.
Julia era vista por Ixtepec sólo los domingos en la plaza y algunas veces a través de los balcones de su habitación, hasta que el general prohíbe que se abran. Nadie más que Felipe Hurtado la ha visto de cerca, ni el mismo general Rosas es capaz de saber lo que ella piensa. Julia y Hurtado desaparecen misteriosamente sin que nadie en Ixtepec vuelva a saber de ellos. Isabel Moncada, por otro lado, se presenta casi como una niña en la primera parte; esto cambia en la fiesta cuando viste de rojo y baila con el general para después convertirse en su “querida”. A partir de entonces Isabel Moncada se torna en un misterio para Ixtepec: “¿Por qué Isabel estaba con el general sabiendo la suerte de sus hermanos? La joven les producía miedo. Asustadas, esquivaban un encuentro con ella. Isabel no hablaba con nadie” (249).
El segmento que corresponde a la fiesta de doña Carmen plantea una conspiración indeterminada en un primer momento. Las escenas se narran en un orden para nada fortuito que mantiene el suspenso dilatado en torno al motivo real de la fiesta de Carmen B. de Arrieta. Se nos presenta una visión panorámica de un mismo momento en una distribución de azulejos, la narración de todos los actantes.
La novela establece dos ejes en confrontación: los militares e Ixtepec. Entre ambos “frentes” encontramos a los personajes de Julia, en la primera parte e Isabel Moncada en la segunda. Ambos personajes establecen un puente que vincula al general Francisco Rosas con Ixtepec. El general se perfila como un personaje visceral que victimiza a Ixtepec en razón del rechazo de Julia, en la primera parte, mientras que la culpa que éste siente a raíz de su relación con Isabel Moncada, determina, igualmente el porvenir de Ixtepec.
Conocemos desde el inicio de Los recuerdos del porvenir que la historia se narra desde un presente desolado, olvidado y en ruinas. La instancia narrativa establece un contraste con un pasado mejor, sólo vivo a través de la memoria:
Yo supe de otros tiempos: fui fundado, sitiado conquistado y engalanado para recibir ejércitos. Supe del goce indecible de la guerra, creadora del desorden y la aventura imprevisible. Después me dejaron quieto mucho tiempo […] Cuando la Revolución agonizaba, un último ejército, envuelto en la derrota, me dejó abandonado en este lugar sediento. (11)
Podemos intuir, desde el inicio, que la narración será trágica para la mayoría de los personajes. Las alusiones a la muerte están presentes a lo largo de toda la novela, como premoniciones (recuerdos del porvenir) o bien dentro de la reflexión de algunos de los personajes, como la Luchi: “ ‘Siempre supe que me iban a asesinar’, y sintió que la lengua se le enfriaba. ‘¿Y si la muerte fuera saber que nos van a asesinar a oscuras ¡Luz Alfaro, tu vida no vale nada!’ ” (224).
Ya desde el segundo capítulo, también Dorotea tiene una premonición especialmente significativa al considerar la desaparición de Julia al final de la primera parte:
“No todos los hombres alcanzan la perfección de morir; hay muertos y hay cadáveres, y yo seré un cadáver”, se dijo con tristeza; el muerto era un yo descalzo, un acto puro que alcanza el orden de la Gloria; el cadáver vive alimentado por las herencias, las usuras, y las rentas. (16)
Tomando en cuenta a la instancia narrativa como entidad que reanima a los personajes, éstos no pueden ser vistos más que como un recuerdo. La analogía entre los cadáveres de la cita anterior con la idea de un ser-recuerdo es clara; “el cadáver vive” y en el contexto de la novela, vivir es ser recordado. Los muertos, por el contrario, están fuera de la memoria de Ixtepec y por ello no están condenados a repetirse.
El narrador es capaz de narrar por completo la historia particular de cada uno de los personajes con excepción de Julia. Su huída galopante en brazos de Felipe Hurtado está enmarcada por el recurso casi fantástico del tiempo detenido: “el tiempo se detuvo en seco. No sé si se detuvo o si se fue y sólo cayó el sueño […] Quedé afuera del tiempo, suspendido en un lugar sin viento, sin murmullos” (145). Aludiendo a la reflexión citada sobre la diferencia entre cadáveres y muertos, puesta en boca de Dorotea, Julia desaparece del recuerdo de Ixtepec a partir de ese momento porque no es ya un cadáver sino que murió en verdad. El texto no es explícito en este sentido, sin embargo no es descabellado suponer que Julia fue asesinada por el general Francisco Rosas antes de lograr escapar.
Otro hueco abierto por el texto es el referente a la conspiración en contra de Rosas y al intento de liberar presos creando el distractivo de la fiesta. La narración desde la fiesta se presenta en el centro de un relato que se va tejiendo en torno a ella, como una telaraña a lo largo de los capítulos VI, VII y VII. Al final de dichos capítulos el lector puede formar hipótesis más claras sobre la conclusión fatídica de muchos personajes. La conspiración en contra de Rosas es el motivo que faltaba para explicar las muertes que ya se venían anunciando desde capítulos anteriores, a través de premoniciones como las ya mencionadas.
Isabel Moncada no sale del tiempo como Julia, sin embargo, escapa un poco a la memoria de Ixtepec dado que actúa en sentido opuesto a lo que podría haberse esperado por la sociedad a la que pertenece y, por lo tanto es también un aspecto dispuesto para sorprender al lector. Sin embargo, ya desde la primera parte había manifestado “¡Yo quisiera ser Julia!” (96) y a partir de que se la ve vestida de rojo bailando con el general Rosas, Isabel no puede ser recordada por Ixtepec más que como un misterio.
Isabel tampoco es un cadáver. Si bien no muere como Julia, y se condena a repetirse al igual que el resto de los personajes, su destino final resuelve la primera indeterminación planteada por el texto. La piedra aparente desde la cual se narra no es sino la petrificación de Isabel Moncada con una inscripción que termina aludiendo al título de la obra: “Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos” (292). El destino final de Isabel Moncada simboliza la fatalidad de todo Ixtepec: petrificado en un relato que se reconstruye no sólo a través de la memoria ficticia del narrador sino por medio de la lectura.
El lector al que apela la obra de Elena Garro debe dejarse confundir por la instancia narrativa. Se trata de un narrador escurridizo que aparenta sorprenderse con los acontecimientos al mismo tiempo que demuestra haberlos conocido desde siempre. Eso les sucede también a los personajes: el presente se les escapa y sólo toma forma gracias a la memoria que incluye tanto hechos pasados como la descripción del porvenir. La obra no llama a que el lector se pregunte demasiado sobre el final de los personajes ya que desde el inicio puede intuirse, a través de varios recursos, que será fatal; lo relevante en Los recuerdos del porvenir, parece ser más bien la motivación de cada personaje y la manera en la que su futuro les va pareciendo cada vez más familiar. El lector descubre al mismo tiempo que los personajes lo que éstos ya sabían; este recurso genera la impresión en el lector de haberlo sabido también.
La novela en general, puede ser vista como una analogía entre el proceso de la lectura y el paso del tiempo. El texto crea su realidad propia y un determinado espacio-tiempo que, en este caso, es por completo dependiente de la memoria. A lo largo de la lectura de Los recuerdos del porvenir es posible crearse la ilusión de estar recordando lo que pasará en la ficción. La percepción del tiempo hace a los personajes reconocer ciertos acontecimientos como ya vividos y, más aún, les posibilita anticipar el futuro a través del recuerdo. La analogía entre tiempo y lectura en este caso se establece entre memoria y re-lectura. Volver a leer Los recuerdos del porvenir, es parte del juego propuesto por esta obra al condenar al lector a revivir la misma historia junto con los personajes. Las premoniciones nunca son un relato central, hecho que tal vez contribuya a que las tengamos presentes en un nivel menos consciente que otros relatos por lo que cuando se cumplen, dentro de la ficción, nos sorprendemos por no habernos sorprendido tanto.
BIBLIOGRAFÍA
1. GARRO, Elena. Los recuerdos del porvenir. México D.F: Joaquín Motriz, 2005.
2. INGARDEN, Roman. “Concreción y reconstrucción”, en Estética de la recepción, Rainer Warning (ed.), Madrid, Visor, 1989.
3. ISER, Wofgang. “El proceso de lectura: enfoque fenomenológico”, en Estética de la recepción, José Antonio Mayoral, Madrid, ACRO Libros, 1987.
4. MERLEAU-PONTY, Maurice. Fenomenología de la percepción. Barcelona, Ediciones Península, 1975.
5. ROBBERECHTS, Ludovic. El pensamiento de Husserl. México: Fondo de cultura económica, 1979.